Cine

Apted equilibra belleza, sentido y espectáculo

Las crónicas de Narnia: La travesía del viajero del alba. Aventuras-Fantasía, EE UU, 2010, 115 min. Dirección: Michael Apted. Guión: Christopher Markus, Stephen Mcfeely, Michael Petroni. Intérpretes: Ben Barnes, Skandar Keynes, Georgie Henley, Will Poulter, Eddie Izzard. Música: David Arnold. Fotografía: Dante Spinotti. Montaje: Rick Shaine.

C. S. Lewis (1898-1963) nació al final del reinado de la reina Victoria y murió el año en que los Beatles editaron su primer LP. Muchas vidas vivieron quienes transitaron con los ojos abiertos y la sensibilidad despierta por esos 65 años en los que el mundo conoció cambios vertiginosos. Lewis los vivió con los primeros abiertos y la segunda despierta, convirtiéndose en ese modelo de intelectual moderno que aúna crítica, creación, divulgación, polémica e intervención pública a través de los modernos medios de comunicación. Escribió libros infantiles (entre los que se cuentan estas Crónicas de Narnia en siete volúmenes publicados entre 1950 y 1956), diarios (Una pena en observación, llevada al cine como Tierras de penumbra), textos de apología del cristianismo al que se convirtió por influencia de su amigo Tolkien (Cartas del Diablo a su sobrino, Reflexiones sobre los salmos) o ensayos (El problema del dolor) y apoyó la heroica lucha británica con sus charlas radiofónicas durante la Segunda Guerra Mundial.

El cine se interesó tarde, a remolque del éxito de El Señor de los Anillos, por el ciclo de Narnia, alegoría cristiana desarrollada a través de personajes fantásticos empeñados en la lucha entre el bien y el mal. Las dos primeras entregas (El león, la bruja y el armario y El príncipe Caspian) las dirigió Andrew Adamson. Frente a la tercera está el veterano Michael Apted. Para bien de la serie porque es uno de los últimos artesanos británicos capaces de contar con corrección cualquier historia -Gorilas en la niebla, Acción judicial, Nell, El mundo nunca es suficiente, Amazing Grace- sin importarle que sea un biopic ecológico o antiesclavista, un Bond, una intriga judicial o el fantástico mundo de Lewis: se hace invisible tras el oficio puesto al servicio de la historia que cuenta.

En este caso hace con los efectos especiales lo mismo que con su larga experiencia: los pone al servicio de la historia. En ningún momento las aventuras a bordo del Viajero del Alba parecen un pretexto para el despliegue de efectos, sino que estos se ordenan al buen funcionamiento de una aventura que funde con naturalidad lo significativo y lo espectacular, lo bello y lo emocionante. Hay escenas, como la lucha con la serpiente, que tienen el aliento de los mejores momentos de Harryhausen, soluciones narrativas llenas de una bella invención visual, un ritmo frenético. Este equilibrio entre profundidad poético-alegórica, aventuras, belleza y gran espectáculo hace de esta tercera entrega la mejor de una serie que tiene el mérito de hablar de valores a un mundo que los precisa.

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