Crítica 'The Deep Blue Sea'

Bello y poderoso melodrama del maestro Davies

The Deep Blue Sea. Drama, Reino Unido, 2011, 98 min. Dirección: Terence Davies. Guión: T. D. Intérpretes: Rachel Weisz, Tom Hiddleston, Simon Russell Beale, Ann Mitchell, Harry Hadden-Paton, Sarah Kants. Música: AA.VV. Fotografía: Florian Hoffmeister.

Terence Davies es el mayor creador del penúltimo y último cine inglés (porque su carrera es tan larga en el tiempo como corta en títulos: tres cortos y seis largos en 36 años) y uno de los maestros que no ha renunciado a las marcas de introspección, refinamiento formal y hondura temática que hicieron la gloria del cine europeo. Una especie de Visconti (con leves ecos del Fellini de I Vitelloni, Roma o Amarcord) o de Erice inglés, con una infancia íntimamente desdichada en el Liverpool de los años 50 (homosexual en un sociedad homófoba, de educación opresivamente católica en un país protestante, sensible en un duro entorno suburbial) que ha basado casi toda su obra en un poético -aunque no por ello menos duro- ajuste de cuentas con su memoria. Todas sus películas son autobiográficas (The Terence Davies Trilogy, Distant Voices, Still Lives, The Long Day Closes y Of Time and the City) o adaptan obras literarias de autores enriquecedoramente diversos entre sí -John Kennedy Toole en La Biblia de neón, Edith Warton en La casa de la alegría, Terence Rattigan en The Deep Blue Sea- llevándolas a su personal territorio a través de una elaborada, sinfónica, operística y pictorialista puesta en imagen.

Que haya elegido una obra teatral de Terence Rattigan es y no es sorprendente. Lo es porque Rattigan, dramaturgo de inmensa popularidad en los años 40 y 50 cuyas obras fueron llevadas con éxito al cine (While de Sun Shines, El caso Winslow, La versión Browning y The Final Test por Asquith en 1947, 1948, 1951 y 1953; The Deep Blue Sea por Litvak en 1955; El príncipe y la corista por Olivier en 1958; Mesas separadas por Mann en 1958), fue considerado un autor anticuado desde la irrupción de los "jóvenes airados" en el teatro inglés a finales de los años 50.

Pero a la vez la elección de Davies no sorprende porque las modas pasan y los valores se estabilizan. El cine ha recuperado a Rattigan a través de las excelentes adaptaciones de La versión Browning (Mike Figgis, 1994) y El caso Winslow (Mamet, 1999). Pero la causa fundamental de esta elección reside en que las obras de Rattigan tratan de pasiones desdichadas, crueles humillaciones y dolorosas simulaciones bajo las que, tal vez, se desahogaran los conflictos homosexuales del dramaturgo en una sociedad aún fuertemente homófoba. El profesor engañado y amargado de La versión Browning y su lucha por liberarse, el joven expulsado de la academia militar de El caso Winslow y la lucha de su familia por restablecer su honor, el patético Mayor Davis Angus Pollock de Mesas separadas que esconde un secreto considerado vergonzoso, la pasión culpable y humillante de la protagonista The Deep Blue Sea

Tal vez por esto, en mayor medida que las novelas de John Kennedy Toole y Edith Warton, esta obra teatral de Rattigan le haya permitido a Davies fusionar con una perfección antes nunca alcanzada sus películas narrativas basadas en textos ajenos con sus obras autobiográficas de carácter casi ensayístico o documental. Están en ella la minuciosa recreación de la Inglaterra suburbial de los años 50, las canciones coreadas en los pubs, las ruinas aún visibles de la guerra, las ventanas a las que los personajes se asoman como si tras ellas hubiera un mundo inaccesible para ellos, la portentosa utilización de la música clásica (el concierto para violín y orquesta de Samuel Barber) y de canciones de la época (You Belong to Me cantada por Jo Stafford) o populares (Molly Malone). Está, pues, el Davies más personal y autobiográfico.

Pero está también, admirablemente narrada, la historia de la locura de amor que arroja a la desdichada Hester (Rachel Weisz) en los brazos del joven ex aviador de la RAF Freddie (Tom Hiddleston), inadaptado, inmaduro, afectiva, cultural y socialmente inferior a ella, rompiendo su matrimonio con un rico y bondadoso hombre mayor que ella (Simon Russell Beale) que la ama sin pasión pero con muda desesperación. Hester ansía un amor absoluto, novelesco, como si fuera una Bovary inglesa de los años 50. Su tragedia es inventárselo convirtiendo a Freddie en la figura del amante perfecto que no es, estar presa de una mentira sabiendo que lo es. Por eso se entrega a su amante con la tristeza con que un alcohólico bebe. Rachel Weisz realiza un memorable y difícil trabajo al poner rostro, voz y cuerpo a esta contradictoria unión de pasión y pasividad, entereza y humillación, valor y sometimiento. En el extremo opuesto Simon Russell Beale compone con admirable contención la figura del marido.

La música hace fluir la narración con una intensidad y una fuerza dramática operística. La escena del metro, con el flash-back en el que un largo y pausado travelling muestra la entereza con que el pueblo británico resiste en los túneles los bombardeos dándose ánimo cantando Molly Malone, es una de las cumbres emocionales de la filmografía de Davies. Lo mismo puede decirse de las operísticas -en el genuino sentido de "dramma per musica"- apertura y conclusión de la película, en la que la tragedia parece volar en alas del concierto de Barber. Lo que no obsta para que haya escenas dialogadas -como la larga conversación entre Hester y su marido- de una sobria contundencia hasta ahora no vista en el cine de Davies.

No se priven de ver esta emocionante, bella, elegante, apasionada, lírica y creativa película a la que le auguro -ojalá me equivoque- un fugaz paso por las salas.

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