Cine

Besson homenajea al folletín

Adèle y el misterio de la momia. Aventuras, Francia, 2010, 105 min. Dirección: Luc Besson. Guión: Luc Besson, basado en los cómics de Jacques Tardi. Intérpretes: Louise Bourgoin, Mathieu Amalric, Gilles Lellouche, Jean-Paul Rouve. Música: Eric Serra. Fotografía: Thierry Arbogast. Montaje: Julien Rey.

El cine adoptó los folletines seriados como modelo narrativo y estrategia de seducción del público, ya que el cinematógrafo nació (1895) y el lenguaje cinematográfico se fue conformando (1895-1914) en paralelo a la edad de oro de la literatura folletinesca publicada por entregas. Desde el inicio de la era del folletín de aventuras policíacas o fantásticas con Los misterios de París de Sue en 1842, Los misterios de Londres de Feval en 1844 y Las aventuras de Rocambole de Ponson Du Terrail en 1858 hasta la publicación de las aventuras de Raffles en 1899, las de Arsenio Lupin en 1905, las de Fu-Manchu en 1910 o las de Fantomas en 1911, Francia se convirtió en la patria del folletín gótico o criminal. El cine naciente, también de marca francesa, adaptó rápidamente estos seriales o se inventó los suyos a través de las obras maestras realizadas como películas en capítulos por Louis Feuillade (Fantomas, 1913; Los vampiros, 1915; Judex, 1916) o Victorin Jasset (Nick Carter, 1908; Zigomar, 1911; En el país de las tinieblas, 1912).

A esta tradición francesa escrita y filmada se remite Luc Besson al adaptar al cine el famoso cómic de Jacques Tardi. Estamos en el núcleo de la cultura popular de masas. Le hubiera ido mejor al realizador y productor de haberse limitado a esta tradición gala en vez de ceder a tentaciones spielbergianas con toques de Amelie. Pero Besson es Besson: un hortera listo. Y su adaptación del cómic de Tardi, aunque se sitúe junto a El quinto elemento entre lo mejor de su filmografía y tenga buenos hallazgos visuales, una dirección artística espléndida y excelentes hallazgos de efectos especiales, manifiesta ese plastificado, esa falta de autenticidad y ese exceso de técnica sin alma ni encanto que le han dado tanto éxito a la vez que tanto le han limitado como creador. Tal vez debería haber desarrollado por separado las dos aventuras -la de las momias y la del reptil volador prehistórico- que merecían una película cada una. Tal vez debería haber renunciado al humor, que tan mal se les ha dado siempre a los franceses, para jugar la carta folletinesca en la que han sido maestros. Tal vez debería haber acentuado más el encanto de las viejas series de Feuillade y haber imitado menos el cine de acción americano o el peor cine europeo americanizado. Tal vez debería haber explotado más el potencial eficazmente cómico de la momia-mayordomo y sus resecos compañeros a los que invita a dejar sus sarcófagos -lo mejor de la película-. Tal vez debería haber insistido más en el aire a lo Ray Harryhausen que a veces parece querer dar a sus fantásticas criaturas prehistóricas o egipcias. Tal vez… Pero ya lo he dicho: Besson es Besson y ha tirado más por el efecto que por el cine, desperdiciando el potencial de esta versión femenina de los cazadores de espectros y detectives de lo oculto como el John Silence de Blackwood, el Carnacki de Hope Hogdson o el Jules Grandin de Seabury Quinn.

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