'EL ESCÁnDALO TED KENNEDY' | CRÍTICA

Buena crónica realzada por un soberbio Bruce Dern

Jackson Clarke y Bruce Dern, en 'El escándalo Ted Kennedy'.

Jackson Clarke y Bruce Dern, en 'El escándalo Ted Kennedy'.

Nada hacía presagiar que John Curran pudiera dirigir con la sobria competencia con que lo ha hecho este drama-denuncia sobre el escándalo que le costó la carrera presidencial a Ted Kennedy. Encumbrado por el festival Sundance de (presunto) cine independiente con la más bien pesada y pretenciosa Ya no somos dos, Curran largó después la plasta esteticista e igualmente pretenciosa, además de cara, de la inútil revisitación de la novela de Somerset Maugham El velo pintado, la más sobria y correcta Stone -realzada por una gran interpretación de De Niro- y la ambiciosa y medio fallida El viaje de tu vida. Nunca ha tenido un éxito de público o un acierto creativo que le hagan merecedor del crédito que habitualmente la industria le otorga. Hasta ahora.

En la línea del buen cine de reconstrucción de hechos reales con tema o trasfondo político que desde la gran JFK nos ha ido dando no pocas buenas películas como 13 días, Frost contra Nixon, Bobby, Buenas noches y buena suerte, La guerra de Charlie Wilson, Argo, Selma, Jackie o -pese al maquillaje- J. Edgar, Curran narra el oscuro episodio del famoso accidente de Chappaquidick y las consecuencias que tuvo en la vida y la carrera del menor de los Kennedy al que la muerte en la guerra de Joe -el predestinado al mayorazgo político- y los asesinatos de John Fitzgerald y Bob convirtieron en la última esperanza política de la poderosa y shakespeariana familia. El coche en el que iba con la joven Mary Jo Kopechne cayó a un río, ella murió y él fue condenado por omisión de socorro. Las sombras planearon sobre el accidente y siguen haciéndolo: ¿eran amantes?, ¿él estaba bebido?, ¿por qué no comunicó el accidente inmediatamente?, ¿ella murió a causa del accidente o se habría salvado si Ted no la hubiera abandonado?...

Curran se centra por igual en la investigación con tintes de denuncia (o por lo menos de sospechas fundadas) del accidente y -lo más interesante- en la personalidad de Ted, tan afortunado por la poderosa posición económica, social y política de su familia como víctima de ella, sobre todo de la ambición, dureza y falta de escrúpulos del viejo patriarca Joseph Kennedy, espléndidamente interpretado por un Bruce Dern que casi no necesita una larga presencia en pantalla y ni tan siquiera líneas de diálogo para dominar la película (cuando los hechos ocurrieron el jefe del clan padecía severas limitaciones tras sufrir una embolia) proyectando su siniestra sombra sobre ella como hizo sobre las vidas de sus hijos: los mejores momentos de El escándalo Ted Kennedy, que justifican su visión, son las reuniones en la casa familiar para diseñar la estrategia exculpatoria presididas por él, pura máscara de odio, prepotencia, soberbia y decepción.

El accidente es así casi un pretexto para que el buen guión de Taylor Allen y Andrew Logan sirva a Curran para adentrarse con mesura en un drama personal de culpa y auto absolución desarrollado en un denso ambiente de encubrimiento, como si la familia y el entorno se cerraran como una planta carnívora en torno al más bien tonto o débil Ted. Quizás, quien sabe, la tragedia le liberó de la presión presidencial permitiéndole al único de los cuatro hermanos Kennedy fallecido de muerte natural desarrollar una posterior buena carrera política como senador. Aunque Chappaquidick siempre le persiguió.

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