Crítica 'Blancanieves y la leyenda del cazador'

Cuento (digital) de sangre y barro

Blancanieves y la leyenda del cazador. Fantasía épica, EEUU, 2012, 127 min. Dirección: Rupert Sanders. Guion: Evan Daugherty, Hossein Amini. Fotografía: Greig Fraser. Música: James Newton Howard. Intérpretes: Kristen Stewart, Charlize Theron, Chris Hemsworth, Sam Claflin, Ray Winstone, Ian McShane, Eddie Izzard, Bob Hoskins, Toby Jones, Eddie Marsan, Stephen Graham, Nick Frost, Joey Ansah.

Los especialistas universitarios en morfología del cuento se van a poner las botas con estas nuevas versiones de los clásicos adaptadas al nuevo paisaje fantástico del digital apocalíptico o del colorido cine animado fotorrealista. También los públicos con una memoria cinéfila que no vaya más allá del cambio de siglo, ya que es a ellos a quiénes va dirigida explícitamente esta nueva adaptación de la Blancanieves de los hermanos Grimm que, como ya sucediera con Caperucita Roja, se reviste de estética gótico-siniestra y escenologías apocalíptico-medievales para manchar y enturbiar con un poco de sangre, barro y efectos visuales de última generación una historia eterna (sic).

Porque es a El señor de los anillos y a su ardor guerrero entre acantilados, grutas y montañas, al cine de ambientación histórica de Ridley Scott (de Gladiator a El Reino de los cielos) o a la fantasía épica de la serie Juego de Tronos a lo que remite de manera clara y directa este nuevo, grandilocuente y ruidoso trasvase de la fábula sobre la caducidad de la belleza, la envidia, los miedos infantiles encarnados y la eterna batalla entre el Bien y el Mal protagonizado por tres generaciones de actores y actrices (Kristen Stewart, aún bajo el efecto Crepúsculo, y Chris Hemsworth, nuevo cuerpo musculado de la factoría Marvel, la bella Charlize Theron, como madrasta trágica y autoconsciente y un elenco estelar de actores británicos, con Bob Hoskins, Ray Winstone, Eddie Marshan y Nick Frost al frente, como los siete enanitos guerreros de aire punk) que busca legitimar y prestigiar un carísimo producto exploit que, en el fondo, no consigue hacer arder más leña que la que hay, que no es otra que la de sus brillantes técnicos informáticos al servicio de lo que haga falta.

No se le podrá negar a la cinta una poderosa impronta visual a la hora de materializar imágenes de lo siniestro (El Bosque Oscuro, el Troll gigante, los guerreros de porcelana, las formaciones mutantes de cuervos negros), tampoco el guiño tal vez consciente a un paraíso aislado en mitad del apocalipsis que parece salido de un cruce lisérgico entre Legend o los paisajes idealizados del cine de animación de Miyazaki, aunque entre unos y otros se cuela siempre esa molesta sensación del diseño de mal gusto que roza (involuntariamente) el puro kitsch.

Ahora bien, más allá de este despliegue, todo funciona sobre la espera, a veces insoportable, injustificadamente alargada, de cada nuevo destello de creación digital, de un nuevo escenario siniestro y retorcido y una nueva batalla a vista de helicóptero, síntoma de unos tiempos de espectáculo virtual en los que la narrativa clásica no puede ya por sí sola atrapar la atención y el interés de ningún espectador si no le ofrece la posibilidad de ser testigo de la fotografía de lo imposible o de la interactividad, los paisajes y las etapas propias de un sofisticado y caro videojuego.

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