Crítica 'Café Society'

Elegante y melancólica como una canción de Richard Rodgers

café society. Comedia, Estados Unidos, 2016, 96 min. Dirección y guión: Woody Allen. Fotografía: Vittorio Storaro. Intérpretes: Jesse Eisenberg, Kristen Stewart, Steve Carell, Blake Lively, Parker Posey.

Aunque como actor adquiriera su primera popularidad entre 1965 y 1967, con ¿Qué tal, gatita? y Casino Royale, Allen pertenece a la generación de los 70: dirigió su primera película en 1969 (Toma el dinero y corre) y se hizo famoso con Bananas (1971) y Sueños de un seductor (1972). El salto del talento al genio lo dio en 1977 y 1979 con Annie Hall y Manhattan. Pues bien, si algo caracteriza a la generación de los 70 es su aprecio por el cine clásico y su nostalgia por la era de los estudios de Hollywood que lo hizo posible. Nadie lo representó mejor que Coppola, obsesionado por reescribir casi todos los géneros clásicos y creador de un estudio a la vieja usanza en el que él mismo hacía los papeles de accionista, productor ejecutivo y director.

Esta nostalgia explicaría por qué el octogenario Allen sigue empeñado en rodar una película al año sumando la más abultada filmografía de sus compañeros de generación. Este amante del cine clásico al que ha homenajeado en muchas de sus películas -y también en esta Café Society que toma el título prestado de una comedia de 1939 dirigida por el artesano Edward H. Griffith, que realizó 61 películas en 30 años de profesión- tiene un sentido artesanal del cine que le lleva a trabajar con la disciplina y la rapidez de los maestros de la era de los estudios. Como un W. S. Van Dyke que entre 1917 y 1942 dirigió no sólo una película por año, sino a veces cuatro en uno solo. Más modesto de que lo suele pensarse -"tengo la sensación de no haber dirigido películas como las que admiro"- Allen ha asumido el riesgo del ritmo frenéticamente regular de la película por año que necesariamente alterna obras mayores y menores. Queda para la historia del cine discernir cuáles sean unas u otras porque no siempre está claro. Que Annie Hall, Manhattan, Delitos y faltas o Hannah y sus hermanas son algunas de sus obras mayores, está claro. También que sus peores películas -además de Vicky, Cristina, Barcelona- son aquéllas en las que renuncia a ser él para calcar a sus admirados Bergman (Interiores, Septiembre), Fellini (Recuerdos) o Lang (Sombras y niebla). Pero en cuanto a las consideradas demasiado apresuradamente menores la cuestión no está tan clara. Obras como Zelig, Broadway Danny Rose, Poderosa Afrodita o Todos dicen te quiero no dejan de crecer con el tiempo. Ya se verá.

Café Society puede tomarse como una amable e inteligente obra menor con aspiraciones a crecer con el tiempo, ambientada en unos lujosos años 30 al estilo de la encantadora Magia a la luz de la luna, o como una obra ya nacida mayor que, como Blue Jasmine, camina por esa tierra de nadie -tal vez la más apropiada a la desconcertante experiencia de vivir- acechada por las enfrentadas tropas de la felicidad y la desdicha representadas por la fuerza y la fragilidad del amor. El romance entre la secretaria y amante (Kristen Stewart) de un agente de Hollywood (Steve Carrell) y su sobrino (Jesse Eisenberg) es una brillante comedia que esconde un fondo melancólico bajo su brillante oropel de lujo y cinismo.

Como en sus mejores películas, Allen habla de lo serio en tono ligero. Hace bien porque en los trabajos de amor perdidos no es siempre fácil saber dónde está el límite entre la comedia y la tragedia. Esta historia en dos ciudades -un Hollywood de violentos colores puros y un Nueva York lleno de matices maravillosamente recreados por el también anciano maestro Storaro en su primer trabajo con Allen- parece oscilar entre los relatos de Scott Fitzgerald sobre los años locos y los de Bashevis Singer sobre el desamor a orillas del Hudson. En su tramo final esta hermosa película, elegante y melancólica como las canciones de Richard Rodgers que suenan en su banda sonora, remonta definitivamente el vuelo hacia las alturas de los antológicos finales de Manhattan o Hannah y sus hermanas. Puro placer inteligente. Pura sonrisa triste. Pura tristeza que hace sonreír. Puro cine. Puro Allen.

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