Crítica 'Miel de naranjas'

'Glamour' y resistencia

Miel de naranjas. Drama-intriga, España, 2012, 103 min. Dirección: Imanol Uribe. Guión: Remedios Crespo. Intérpretes: Iban Garate, Blanca Suárez, Karra Elejalde, Eduard Fernández, Carlos Santos, Nora Navas, Ángela Molina, Fernando Soto, Barbara Lennie, Antonio Dechent, José Manuel Poga.

Aquí seguimos, a lo nuestro, empeñados en dar otra vuelta (la misma de siempre, en realidad) a la posguerra y a los años-oscuros-del-franquismo, ahora más que nunca parapetados tras el éxito popular de series de televisión de cartón piedra como Amar en tiempos revueltos, buscando esencias clásicas para anclar o recuperar a un público siempre receloso y desconfiado.

Imanol Uribe sucumbe también a un modelo academicista, maniqueo y falsamente lustroso (todo lo lustrosa que puede ser una producción media de hoy) para reelaborar el paisaje habitual bajo el molde del género y con un plus de glamour de guardarropía recién planchada, atrezo de estreno y peluquería de época cultivado por cierto cine francés de qualité (Bon voyage, Espías en la sombra).

A partir del premiado guión de Remedios Crespo, Miel de naranjas aspira a quitar polvo y rebajar peso político a su trama de heroica resistencia antifranquista (con quiebros y sorpresas) a partir de estereotipos que quieren funcionar más allá del uniforme, las ideologías o las insignias, pero que terminan por quedarse en desdibujados apuntes de personajes con cierta entidad dramática.

Así, su protagonista, un joven oficinista de juzgado militar que descubre los horrores del régimen para pasarse al otro bando, apenas se despega del papel por obra y gracia de un robotizado Iban Garate, mientras que los personajes que componen Blanca Suárez, Karra Elejalde, Nora Navas, Ángela Molina, José Manuel Poga o Bárbara Lennie, siempre demasiado reconocibles en nuestra tradición cinematográfica, oscilan entre la credibilidad fotogénica moderada, la inconsistencia con confusión de acentos o lo directamente prescindible.

Uribe no consigue levantar el vuelo cuando la película le pide agitación, intriga y ritmo, y su mirada (sic) nunca trasciende la mera funcionalidad ilustrativa, ni siquiera en esa escena final, sin duda la mejor de todo el filme, de la revelación de la traición y el desencanto entre Carlos Santos y Eduard Fernández sentados en la cama.

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