Crítica 'Resacón 2. ¡Ahora en Tailandia!

¡Jo, qué noche! (otra vez)

Resacón 2. ¡Ahora en Tailandia! Comedia, EEUU, 2011, 102 min. Dirección: Todd Phillips. Guión: Scot Armstrong, C. Mazin, T. P. Fotografía: Lawrence Sher. Música: Christophe Beck. Intérpretes: Zach Galifianakis, Bradley Cooper, Ed Helms, Justin Bartha, Liam Neeson, Jamie Chung, Juliette Lewis, Ken Jeong, Todd Phillips, Mike Tyson.

¿Puede una secuela con una misma idea, un mismo desarrollo y unos mismos personajes funcionar igual o mejor que el original? Yes, it can. Es lo que ocurre con esta segunda entrega de Rescacón, que apenas cambia una noche loca en blanco en Las Vegas por el mucho más lúbrico (si cabe), caótico y prohibido paisaje urbano de Bangkok, paraíso de turistas viciosos con pasaporte en regla y Visa Oro en la cartera.

Una nueva boda, una nueva despedida de soltero, una nueva pasada de alcohol y estupefacientes y una misma reconstrucción de los huecos de una velada salvaje de desenfreno y desinhibición son los argumentos básicos que vuelve a manejar Todd Phillips (Starsky y Hutch,  Escuela de pringaos, Salidos de cuentas) a sabiendas de que la clave del éxito pervive en la infalible química entre sus protagonistas principales (con un Zach Galifianakis ya totalmente crecido), el complemento de un par de nuevos personajes (grande Ken Cheong, otro secundario imprescindible salido de la factoría Apatow) dispuestos a bajarse los pantalones o a reírse de sí mismos (Giamatti), unas cuantas escenas de delirio surrealista y velocidad punta y en la presencia estelar de un mono fumador como recambio local de aquel memorable tigre de la primera entrega.

Tan gamberra y políticamente incorrecta (no se pierdan los créditos finales para ponerse a prueba) como su predecesora, combinando acción espectacular con interludios de meditación budista, Resacón 2 sigue ahondando en el perfil más desaforado y regresivo de ese inestable territorio de la amistad masculina que tan buen juego ha dado a la nueva comedia norteamericana, un vínculo a prueba de tsunamis que convierte a nuestros adultos casaderos en estudiantes de primero de carrera con ganas de comerse la noche y lo que haga falta, cuestionando incluso los límites de su propia sexualidad.

Sólo una mirada pacata y poco vivida (o bebida) o una sensibilidad estreñida no podrán reconocer sus propias miserias en sus peripecias y partirse el pecho con esta gloriosa celebración del último aliento del hombre blanco momentos antes de su claudicación definitiva como manso animal de costumbres.  

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