La espía roja | Crítica

Si no fuera por Judi Dench...

Judi Dench, en una escena de la película.

Judi Dench, en una escena de la película. / D. S.

La ficción permite todas las trampas con la historia siempre que estén hechas con talento. Pero la realidad pone algunos límites. Esta película convierte al personaje real de Melita Norwood (1912-2005) –una científica inglesa estalinista que filtró al KGB secretos nucleares y fue detenida cuando era una pacífica anciana– en la ficción de Joan Stanley, una pacifista que se hace espía y traidora por una atractiva combinación de amor e idealismo. Son libertades tal vez excesivas incluso para un juego entre realidad y ficción.

Afortunadamente la abuela espía está interpretada por Judi Dench, y todo lo que esta mujer asume se reviste de verdad. De joven e intrépida comunista/pacifista, en los flashbacks, la interpreta con corrección pero sin valores añadidos Sophie Cookson. Todo lo que depende de Dench –detención, interrogatorios, confesión– está bien. En cambio lo confiado a Cookson falla, no por culpa suya, sino por el exceso de melodrama (incluso en el literal sentido de dramma in musica que tuvo en el Renacimiento) trufado de sentimentalismo y sobrado de muleta musical.

La clave de la cortedad de la puesta en imagen está en la limitada personalidad de su director, Trevor Nunn, quien entre el cine y la televisión se ha dedicado con correcta flacidez a filmar historias potentes interpretadas por mujeres más o menos poderosas –una Hedda Glaber de Ibsen con Glenda Jackson, una Lady Jane (Grey) y una Noche de Reyes de Shakespeare con Helena Bonham Carter, además de un Rey Lear con Ian McKellen– con resultados que nunca han estado a la altura de las obras o personajes en los que se inspiraba. La corrección está muy bien, pero el poder de ciertas historias exige más. Sean las tres estrellas para Judi Dench.

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