La casa Gucci | Crítica

Lady Gaga, Lady Gucci, Lady Macbeth pop

Lady Gaga y Adam Driver, en una escena del filme de Ridley Scott.

Lady Gaga y Adam Driver, en una escena del filme de Ridley Scott. / D. S.

Un tema espectacular, lleno de lujo y resentimiento, de éxito y odio, de amor y muerte, de exquisito diseño y miseria moral. Un reparto espectacular repleto de estrellas de toda procedencia: desde los consagrados Al Pacino y Jeremy Irons a los emergentes Jared Leto y Adam Driver, la estrella pop Lady Gaga y la fluctuante Salma Hayek. Un deslumbrante diseño de producción de Arthur Max (además de colaborador habitual de Scott, autor de uno de los más influyentes diseños de producción de la historia del thriller: Seven) y un diseño de vestuario convenientemente glamuroso -como corresponde al ambiente y los personajes de la película- de su habitual colaboradora Janty Yates. ¿Qué más se puede pedir? Pues un guión algo mejor armado y, sobre todo, un director menos vacíamente aparatoso que Ridley Scott.

Como si quisiera crear sagas romanas, medievales o marcianas, el octogenario director vuelve al universo de Todo el dinero del mundo (2017) para mostrar cuán miserables y sórdidos son los sótanos de las grandes familias y las grandes fortunas. En aquella ocasión era la negativa del multimillonario Getty (extraordinariamente interpretado por un sombrío Christopher Plummer que salvaba la película junto a una contención formal no muy habitual en Scott) a pagar el rescate de su nieto Getty III. En esta ocasión se trata del asesinato del nieto del fundador del imperio Gucci tramado por su mujer Patrizia Reggiani, a la que la siempre imaginativa prensa italiana, que antes la llamaba Lady Gucci, bautizó como la vedova nera.

Con poca originalidad y mucho desfase -como si antes de dirigirla Scott hubiera visto como inspiración Escrito en el viento de Douglas Sirk pero se hubiera dormido al poco de empezar la película- se cuenta la historia de la casa Gucci durante un par de décadas y la relación entre Maurizio Gucci, el más bien soso y bobo heredero del imperio (bueno, uno de los herederos, que los creadores de imperios deberían tener sólo un hijo y -recuerden Gladiator, ya que estamos con Scott- incluso en ese caso sin que nadie amenace su herencia), y la advenediza y ambiciosa Patrizia -pobre Cenicienta asesina de príncipes-, empeñada en reinventarlo y en que tomara las riendas para utilizarlo como ascensor social. No se pierdan lo que la viuda negra dijo sobre su encuentro con Maurizio: "Tenía ojos de pescado hervido. Lo primero que hice cuando empecé con él fue llevarlo al peluquero. No podía ver sus pelos con brillantina. Ni su diente medio roto". Lo grotesco está en el origen de la pareja. Y en la propia tragedia. Tras su excarcelación dijo la buena señora: "No lo odiaba. Nunca lo odié. Era fastidio. Me fastidiaba. Iba al carnicero y le preguntaba si conocía a alguien que matara a la gente". Encontró a los sicarios y pasó lo que pasó. De alguna forma a Scott se lo han puesto en bandeja. Pero se ha excedido yendo a parar, más que en el melodrama de Sirk, en los culebrones tipo Dallas o Dinastía. Tanto que a veces roza lo grotesco hasta tal punto que se diría que lo busca.

El lujoso reparto se entrega a su propio y dionisíaco desmadre interpretativo bordeando la caricatura. Puestos a desbarrar, la reina de la función es la siempre sorprendente Lady Gaga convertida en una especie de Lady Macbeth pop. El conjunto es tan lujoso, hortera y desmadrado que puede entretener.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios