Crítica de Cine

Sangre de cucaracha

Una escena de la nueva película del prolífico Takashi Miike, con una de las musculadas cucarachas de Marte.

Una escena de la nueva película del prolífico Takashi Miike, con una de las musculadas cucarachas de Marte.

Es difícil seguirle el ritmo a Takashi Miike, que sigue imparable (con más de cien títulos en su ficha del Imdb) en su intento por batir todos los récords Guinness de productividad como director todoterreno en la industria del cine japonés. De cuando en cuando Miike estrena en España (vía Sitges), y así nos enteramos de que su penúltima película, esta Terra Formars, adapta el manga del mismo nombre creado por Sasuga y Tachibana en 2011: un delirante e hipertrófico cruce de referencias de la ciencia-ficción cyberpunk (y un poquito de artes marciales) que llevaba a una cuadrilla de parias terrestres a la misión heroica de exterminar cucarachas en el planeta Marte de cara a un futuro asentamiento humano.

Ante semejante premisa, que sería imposible en cualquier producción hollywoodiense de hoy, Miike se planta firme con su habitual virtuosismo de puesta en escena y se entrega a un excitante festín de narrativa múltiple, tonos saturados, guitarrazos heavies, mutaciones y destrucción neodigital entre unos humanos manipulados, mutantes y sin esperanza y unas cucarachas con musculatura de gimnasio y ojos grandes que amenazan, en su condición de eterna adaptación al medio, con ser las nuevas dueñas del universo. Más allá del mensaje humanista y los pasajes reflexivos (sic), Terra Formars se disfruta (y mucho) en su desprejuiciada condición exploit, en su poderoso paisajismo apocalíptico, en sus luchas y duelos cuerpo a cuerpo, en su desaforada insistencia en hacer de los materiales pulp un auténtico y gozoso espectáculo para el ojo.

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