Crítica 'Siete vidas, este gato es un peligro'

Un Scrooge convertido en gato

SIETE VIDAS, ESTE GATO ES UN PELIGRO. Comedia, EEUU, 2016, 87 min. Dirección: Barry Sonnenfeld. Intérpretes: Jennifer Garner, Kevin Spacey, Robbie Amell, Christopher Walken, Malina Weissman, Cheryl Hines, Mark Consuelos, Teddy Sears, Talitha Bateman. Guion: Caleb Wilson, Ben Shiffrin, Gwyn Lurie, Dan Antoniazzi y Matt Allen. Fotografía: Karl Walter Lindenlaub. Música: Evguéni Galperine y Sacha Galperine.

Si en español la hubieran titulado Siete vidas -que es su título original, aunque en él sean nueve porque los gatos anglosajones deben tener más vidas- sonaría a comedia de la Ealing. Si la hubieran titulado Este gato es un peligro, le daría un toque Disney. Pero la unión del título original y la coletilla española invita a desistir de su visión. Aunque anime a hacerlo el reparto (el gran Kevin Spacey y el aún más grande Christopher Walken en un papel que podría recordar al chino de Gremlins) y su director (Barry Sonnenfeld, a quien, además de bastantes medianías, debemos las apreciables La familia Adams, Men in Black -su mejor película- o Cómo conquistar Hollywood).

Esta rara producción que aúna intereses franceses y chinos armonizados por el director y productor francés Luc Besson -tan positivo para la industria del cine galo como negativo para su dimensión creativa-, bajo la dirección de un director americano y con estrellas de Hollywood como reclamo, es una operación de conquista global de mercados para un cine moderadamente gamberro -lo suficiente para hacer reír hoy- y fundamentalmente familiar. Tras un grave accidente un ejecutivo agresivo se convierte en un gato. No entremos en más detalles.

Sobre esta película se proyecta la larga sombra de Disney, especialmente de Un candidato muy peludo -última película del reivindicable y para mí muy apreciado Robert Stevenson, director de Las minas del Rey Salomón, Jane Eyre, Secuestrado, Un sabio en las nubes, Los hijos de Capitán Grant o Mary Poppins- en la que el protagonista se transformaba en perro. Aquella era mejor que esta, porque Stevenson era mejor director que Sonnenfeld. Y Disney -¿hace falta decirlo?- mejor productor que Besson.

Esta correcta comedia se limita a explotar una situación no muy original en forma de fábula moral; porque la conversión en gato no es accidental y deshacerla requiere dar prioridad al amor sobre la ambición y a la familia sobre el trabajo compulsivo, como si convertirse en felino supusiera para el ejecutivo lo mismo que la visita de los fantasmas de las Navidades pasadas, presentes y futuras para Scrooge. Entretiene y divierte a ratos, sobre todo en su segunda parte. Si se ve en familia vale la pena vencer la pereza que su título español inspira.

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