Crítica de Cine

Shyamalan está de vuelta

James McAvoy brinda una portentosa interpretación en esta nueva película de M. Night Shyamalan.

James McAvoy brinda una portentosa interpretación en esta nueva película de M. Night Shyamalan.

Los shyamalanófilos, que son legión, negarán la mayor: Shy nunca se fue, siempre estuvo ahí, sus tres últimas películas, Airbender, After Earth y La visita, no eran un traspiés ni un paso atrás, sino nuevos retos, nuevos senderos, incursiones en nuevos géneros y universos fantásticos.

El director de origen indio sigue siendo uno de los que mejor filma en el actual panorama del cine comercial norteamericano, sólido en sus principios sobre la puesta en escena (contenida, precisa, clásica) como fin en sí mismo, como método básico de escritura del terror, lo mágico o lo sobrenatural en sus múltiples encarnaciones y derivas.

Para los que no somos incondicionales pero siempre supimos apreciar los muchos logros de su cine incluso en las peores circunstancias (El incidente), Múltiple supone un retorno a ciertas esencias reconocibles (Señales), una nueva batalla entre el bien y el mal (pureza vs. pecado) librada entre las habituales trenzas y espejeos del guión, los subtextos bíblico-filosóficos (el Superhombre nitszcheano) y ese inquebrantable gusto por la fábula como estructura y mecanismo activador del relato lejos del realismo.

El trastorno de personalidad múltiple es aquí el efectivo gancho para una historia de lucha contra los fantasmas de la orfandad, el desarraigo y el abuso infantil, el hilo de acero sobre el que sostener no sólo un portentoso ejercicio interpretativo de James McAvoy (vean, si pueden, la versión original), sino el trasfondo psicoanalítico (quién dijo Hitchcock, quién Psicosis multiplicada) sobre el que pende ese mundo desdoblado y finalmente reconocido cara a cara que asume aquí si cabe más niveles, perfiles y esquinas que en otros relatos precedentes (La joven del agua).

Desatados los personajes y encerrado el drama bajo tierra (esta es, conviene recordarlo, una película relativamente barata), es el momento para el suspense de puertas cerradas e intentos de fuga, para la conversación de diván y el flashback memorístico, dialéctica que Shyamalan resuelve no sólo en su habitual trabajo sobre el off sino, sobre todo, en unos vibrantes e intensos primeros planos que ya no se gastan y que convierten su película en una insospechada cartografía emocional del rostro.

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