la buena esposa | crítica

Siempre Close, solo Close

Fotograma de la cinta dirigida por Björn Runge.

Fotograma de la cinta dirigida por Björn Runge.

Una obra de la más bien convencional escritora de bestsellers feministas Meg Wolitzer ya fue adaptada por Nora Ephron en su debut como directora (¿Qué le pasa a mi mamá?, 1992). Desde entonces hasta hoy solo la televisión se ha interesado por ella adaptando sus novelas Surrender, Dorohy y The Interestings en 2006 y 2016. Mucho interés no parece suscitar, pese a sus buenas ventas, por lo que es posible que esta producción quiera surfear en los nuevos vientos feministas que soplan sobre el cine americano tras el escándalo Harvey Weinstein. Que la dirija el sueco Björn Runge parece apuntar a la pista oportunista: su anterior y mediocre Happy End (2011) trataba de mujeres maltratadas y antes de ella Mouth to Mouth (2005) de una joven obligada a prostituirse por un drogadicto. Un currículo apropiado para dirigir esta historia de trasfondo trillado -¡hace 139 años que la Nora de Ibsen abandonó su casa de muñecas!- sobre una mujer inteligente pero oscurecida por el desmesurado ego de su marido, un escritor que va a recibir un importante premio. Tan harta de ser la gran mujer que se supone tras todo gran hombre como de mantener su matrimonio a base de silencios y ocultamientos, se convertirá en otra Nora.

Un argumento tan trillado en lo que a su vertiente feminista se refiere como al tema de la soberbia del intelectual mujeriego y egoísta que masacra a su entorno, infinitamente mejor tratado, entre otros, por Saul Bellow o Philip Roth. Y una dirección rutinaria, torpe en su uso del flash-back y penosa en sus guiños a Bergman. Aunque Jonathan Pryce no está mal como el marido, solo la interpretación de la siempre portentosa Glenn Close aporta un interés contradictorio a la película, porque a la vez que es su único atractivo también es una acusación: ¿cómo se puede hacer una película tan chica teniendo una actriz tan grande?

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