Crítica 'El último acto'

Sobreexposición de Brian Cox

Brian Cox y Coco König, en una escena de la película de János Edelényi.

Brian Cox y Coco König, en una escena de la película de János Edelényi.

Geoffrey Rush, Chris Cooper y Brian Cox son tres de mis actuales actores favoritos y excelentes razones para ver una película. Representan el largo ascenso del actor de carácter que gran interpretación tras gran interpretación logra empatar con las estrellas con las que trabaja, y a veces hasta comérselas, y se convierte en un actor conocido y reconocido. Al igual que a Geoffrey Rush lo fuimos descubriendo como secundario en Los miserables o Shakespeare enamorado hasta que explotó en El sastre de Panamá o que a Chris Cooper lo fuimos apreciando en Cielo de octubre, American Beauty o El patriota hasta que explotó en la saga Bourne y sobre todo en El espía, al escocés Brian Cox lo fuimos apreciando como gran actor de carácter en Braveheart o Rob Roy, cuando llevaba ya años ante las cámaras y sobre la escena, hasta que explotó interpretando al traidor Abbott en la saga Bourne (¡buena cantera de actores de carácter!). Desde entonces, como a los otros dos ex secundarios, lo sigo porque dignifica y da interés a las películas en las que interviene.

Sin embargo, el problema de El último acto es que Cox está mal dirigido por un realizador mediocre que ha escrito un guión endeble, incurriendo en una sobreactuación poco propia de tan buen actor. Es el problema de los recitales dramáticos y de las películas construidas sobre ellos. Los recitales de Gassman o Pacino hicieron tan jartibles las dos versiones de Perfume de mujer como los de Olivier y Caine la simpática pero excesiva La huella. Es el problema del alarde de virtuosismo, de la pieza cortada a la medida o de la supeditación de la obra al lucimiento del actor.

En este caso se trata de un traje cortado a la medida del lucimiento de otro actor (porque hubo otros candidatos antes) que no le sienta bien a un Cox, el cual está mucho mejor cuando no le obligan a lucirse. Interpreta justo lo contrario de lo que él representa: un gran, engreído y tiránico actor con título de Sir que vive apartado y amargado intentando ocultar al público su enfermedad y su declive físico. Una enfermera húngara con marcado acento y aspiraciones de actriz le salvará in extremis -con la ayuda de Shakespeare- de su egoísta misantropía y su feroz amargura. La enfermedad se trata con ligereza y el declive de la ancianidad como un dramático/simpático obstáculo superable con un poco de buen humor y unas recetas de autoayuda. Una rara mezcla entre Eva al desnudo (con una Anne Baxter buena, eso sí) e Intocable (con actor en vez de ejecutivo como paciente, pero ambos igualmente millonarios) en la que Brian Cox brilla, ciertamente, pero demasiado. Se merece más que este europudding coproducido por Reino Unido y Hungría, escrito, dirigido y fotografiado por profesionales húngaros e interpretado por un actor escocés y una actriz austríaca.

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