Tal vez este viraje hacia el cine de género fuera lo que necesitaba la trayectoria de Hirokazu Kore-eda, estancado hace ya tiempo en su fórmula humanista como retratista oficial de las relaciones familiares e intergeneracionales en el Japón contemporáneo.
Tal vez porque el director de Nadie sabe, Still walking o Después de la tormenta ensancha el espectro de sus intereses y su potencial narrador sin perder del todo la esencia de su mirada, que adopta aquí unas sólidas cualidades morales, sociales y filosóficas dentro de las claves del cine judicial, a través de las pesquisas de un abogado para defender a su cliente (un soberbio Koji Yakusho) de su propia autoinculpación como autor de un crimen con el que se abre la película sin más preámbulos.
Kore-eda expone pronto los hechos para ir desentrañando las variaciones entre la verdad y el proceso judicial, entre las distintas versiones del acusado y la complejidad de los acontecimientos que se van revelando poco a poco, sin demasiados golpes de efecto ni sorpresas, con la aparición de nuevos personajes e hilos de la trama.
El tercer asesinato se ordena también a partir de ecos y rimas entre los personajes y sus respectivas historias, entre el pasado y el presente, entrelazadas en una investigación que muestra cada vez más esquiva, poniendo en entredicho la colisión entre las dinámicas judiciales y la verdadera búsqueda de la verdad.
Lo que queda a la postre es el fascinante enfrentamiento entre el abogado y el criminal, entre las concepciones de la justicia, el sacrificio, la culpa y el destino, un pulso intelectual que culmina en una prodigiosa escena en la que sus rostros se superponen en los reflejos del cristal que los ha separado en cada encuentro carcelario.
Comentar
0 Comentarios
Más comentarios