Blonde | Crítica

Bodrio entre la docuserie de telebasura y el concurso de imitadores

Adrien Brody y Ana de Armas, en 'Blonde'.

Adrien Brody y Ana de Armas, en 'Blonde'. / D. S.

Una mala, muy mala película empeorada por sus fallidas pretensiones estilísticas y temáticas. Da la sensación de que su guionista y director Andrew Dominik, amigo de Brad Pitt a quien dirigió en la pretenciosa El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford y la fallida Mátalos suavemente, además de coproductor de este bodrio, ha visto una y otra vez la magnífica Jackie de Pablo Larrain e intentado hacer un retrato tan íntimo, veraz, profundo y narrativa y visualmente moderno como aquella gran película, tan alejada de cualquier biopic convencional. Quizás no la ha visto ni la tomado como modelo o inspiración. No lo sé. El caso es que viendo este pretencioso churro recordé, por contraste entre lo excelente y lo indecente, aquel extraordinario y anticonvencional retrato de Jackie.

Basándose, no sé con qué grado de libertad al adaptarlo, en el bestseller de Joyce Carol Oates, Dominik ha hecho un retrato de Norma Jean y Marilyn que es lo más parecido a una de esas llamadas docuseries que explotan como espectáculo morboso de cotilleo los dramas de las famosas. Podría llamarse En el nombre de Marilyn sin ningún problema. Al principio, cuando brevemente aborda una parte de la desgarradora infancia de Norma Jean, me hice la ilusión de que iban a mostrarnos cómo la industria del cine convirtió a la desdichada niña maltratada y la no menos desdichada joven abusada en la esplendorosa Marilyn; cómo la cruel y a la vez magnífica industria y unos genios llamados Howard Hawks, Billy Wilder, Joshua Logan y John Huston, o unos extraordinarios artesanos llamados Henry Hathaway, Walter Lang y Jean Negulesco, inventaron a Marilyn Monroe a través de películas notables o magistrales convirtiéndola en algo más que un icono erótico. Porque Marilyn -invención de los estudios y creación de directores geniales- fue y es mucho más que un producto de consumo prefabricado. Bastaría citar las geniales comedias que todos recordamos –La tentación vive arriba, Los caballeros las prefieren rubias o Con faldas y a lo loco las más grandes, pero también Cómo casarse con un millonario- y sus grandes interpretaciones dramáticas en Niágara y Bus Stop culminadas en Vidas rebeldes. A Marilyn, el cerco intelectual del Actor’s Studio y Arthur Miller, que de otra forma la dañaron tanto como el de Hollywood, la convencieron de que las comedias eran estúpidas y superficiales. Norma Jean, la mujer, quiso desprenderse de Marilyn, la creación de ficción, y esa fue parte de su conflicto en lucha con los estudios. Razonable, porque ningún actor quiere ser encasillado (recordemos la lucha ganada por Olivia de Havilland contra Warner). Su desgracia fue que, abducida por Lee y Susan Strasberg, Miller y sus amigos intelectuales de Nueva York, ignoró que gracias al genio de Hawks o Wilder sus comedias eran tan extraordinarias como su trilogía trágica dirigida por Hathaway, Logan y Huston.

Nada de esto aparece en la película. El interés del guionista y director -insisto: no sé si siguiendo con fidelidad o no el libro en el que se basa- no está en la actriz y el icono Marilyn, y tampoco -aunque esto sí lo apunte- en la lucha de Norma Jean por librarse de él y afirmarse como actriz dramática. Su interés es representarla solo en sus momentos de sufrimiento, humillación, soledad, maltrato e histerismo. Grita, llora, es abusada o violada (hago la distinción para separar el trío con los hijos de Edward G. Robinson y Chaplin, que se aprovechan de su inmadurez diciendo liberarla sexualmente, y de su apenas apuntada relación humillante con Kennedy -tosca escena de la felación- y las violaciones a las que los magnates del cine la someten), aborta, se desespera, toma pastillas… El catálogo de sus desdichas, de su indefensión, del maltrato, abusos y violaciones se expone con un detalle que, como la telebasura, intenta hacer pasar lo morboso por realismo, testimonio y denuncia. Lo explota con grosero sensacionalismo y pone al espectador en la incómoda posición de un consumidor de telebasura o de un voyeur.

Pero lo peor no es esta voluntad de explotar el morbo bajo la coartada de representar la verdad, cosa ya bastante asquerosa, sino las formas cinematográficas de hacerlo. Los cambios de formato y de color no tienen sentido. Según el director adaptan la historia de Norma Jean a los formatos y al blanco y negro o color en que los espectadores vieron a Marilyn, con lo que traiciona la supuesta intención de retratar a la persona devorada por el personaje al representar su vida personal con las formas y formatos de sus películas. Y aún lo peor no es esto sino los torpes intentos de bucear en su interior psicológico con grotescas escenas simbólicas (las peores las apariciones del padre, sobre todo entre nubes en su suicidio) y también en su interior físico (las emocionalmente pornográficas tomas del útero y los fetos). Es aquí donde esta grotesca y pretenciosa película por muchos incomprensiblemente aclamada toca fondo.

Ana de Armas logra hacer creíble a Norma Jean cuando el maquillaje, la luz y el encuadre le ayudan. Pero se estrella hasta el ridículo cuando intenta representar a Marilyn en sus películas. En las escenas del famoso rodaje del vuelo de la falda de La tentación vive arriba y sobre todo en la penosa recreación del número Los diamantes son los mejores amigos de las chicas de Los caballeros las prefieren rubias parece una de las participantes de Tu cara me suena. El director y la actriz han obviado que tras la cámara estaba Howard Hawks y ante ella Marilyn Monroe que, además del juguete roto aquí mal representado, fue una actriz maravillosa con una presencia tan potente ante la cámara que más de medio siglo después sus actuaciones en comedias siguen siendo insuperables -nadie ha tenido su gracia, su rara mezcla de inocencia y sensualidad, su poderío en el plano- como insuperables siguen siendo sus actuaciones dramáticas representando personajes vulnerables. Muchas palabras para tan mala película, ya. Pero la infeliz Norma Jean y la deslumbrante Marilyn merecían poner un poco de buen sentido en el patatús crítico que a muchos colegas les ha dado con este bodrio.

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