Argentina, 1985 | Crítica

Darín y Strassera, héroes nacionales

Peter Lanzani y Ricardo Darín en una imagen del filme.

Peter Lanzani y Ricardo Darín en una imagen del filme.

Entre otros muchos logros en su ya larga y exitosa carrera, Ricardo Darín también es el artífice y promotor del encuentro a priori improbable entre dos caminos y tendencias del último cine argentino: el del cine de autor independiente y ese otro de claro sesgo comercial que busca en las fórmulas de género y cierto populismo sus principales reclamos para la taquilla. Lo hizo en aquel Elefante Blanco de Trapero y lo ha vuelto a hacer de la mano de Santiago Mitre y Mariano Llinás, director y guionista de esta Argentina, 1985 que repiten efectiva alianza creativa tras Paulina y La cordillera, esta última también protagonizada por el actor argentino.   

Darín encarna ahora, como tal vez no podría hacerlo ningún otro, a un auténtico héroe nacional (a su pesar), el fiscal Julio Strassera encargado de la causa contra los principales cabecillas de la Junta Militar que fueron llevados a juicio civil en 1985 y que dio con muchos de ellos en la cárcel. Estamos, por tanto, ante el relato de un acontecimiento histórico crucial en la historia reciente argentina que Mitre y Llinás trazan desde la narración clásica, un buen manejo de los clichés del relato judicial y la escalada hacia la épica no exenta de cierto desencanto, pero también, y es ahí donde la cinta nos conquista, ante un puntual ejercicio de distensión dramática que dibuja a sus personajes con un trazo de humor y numerosos apuntes de comedia que no se hubieran esperado de un contexto marcado por el miedo, las dudas, las amenazas de muerte y la denuncia de un estado social aún tembloroso y connivente con el pasado heredado por las instituciones militares.

La película progresa así entre lo público y lo privado, entre los hechos conocidos (que forman ya parte del archivo audiovisual) y ese otro ámbito fabulado de las relaciones familiares, personales y profesionales de Strassera que se resuelven siempre con un pequeño gag o un gesto irónico que ilumina unas relaciones y un filme que, por otro lado, no renuncia ni quiere renunciar a recuperar la memoria histórica y a enarbolar la bandera política del “nunca más” para el público argentino pero también para el gran público internacional.

Estamos así ante un filme capaz de conquistar la emoción desde el rigor, una eficacia sobria de corte clásico, unas inmejorables prestaciones interpretativas, pero también desde la inusitada cercanía desmitificadora a unos héroes intergeneracionales que tuvieron que lidiar con sus cuitas domésticas, sus temores y sus pequeñas miserias cotidianas durante uno de esos episodios que pasan inevitablemente a las páginas de la Historia.