Black Beach | Crítica

El corazón de la neblina

Raúl Arévalo, protagonista de este thriller internacional de Esteban Crespo.

Raúl Arévalo, protagonista de este thriller internacional de Esteban Crespo.

Producción ambiciosa y sin complejos, Black Beach se suma a los modos y tramas del thriller internacional que choca empero con un reparto en el límite de la credibilidad liderado por un Raúl Arévalo al que, la verdad, nos cuesta mucho ver y creer en la piel de un ejecutivo y negociador hispano envuelto en una trama confusa que pasa de los despachos y las arquitecturas de Bruselas a las calles mugrientas y carreteras polvorientas de un indeterminado país africano (en el que se habla español) representado en el límite de la caricatura postcolonial.

Bastante más solvente en sus prestaciones narrativas que en sus meandros argumentales, que nos hablan de las turbias connivencias entre gobiernos corruptos, empresas multinacionales e instituciones como Naciones Unidas mezclados con una trama personal de pasado solidario, amores y amistades locales, la cinta de Esteban Crespo (Amar) parece contentarse con el lucimiento de su carcasa y su look globalizado (imagen saturada, drones son amores) antes que con la efectividad dramática o el calado de su mensaje, diluido entre un teatrillo africano, escenas de acción y violencia incluidas, al servicio de espectadores amantes de estereotipos tercermundistas.

Lo personal, lo ético y lo político no terminan de casar tampoco en un crescendo hacia el espectáculo y la masacre que se repliega de forma bastante expeditiva en su último cuarto entre despachos, conversaciones grabadas y reajustes familiares. Demasiada materia condensada de manera algo superficial para este viaje de ida y vuelta y con red de seguridad a los infiernos africanos y las viejas dinámicas explotadoras.