El acusado | Crítica

Usted también puede ser el jurado

Llega esta película de Yvan Attal (Una razón brillante, Buenos principios) en plenos debate público y acción política sobre el consentimiento sexual en la era post #metoo, un filme que busca todos los ángulos posibles desde los que abordar un caso de acusación de violación para indagar en el perfil de sus protagonistas (acusado y víctima) y secundarios (familia, abogados y jueces) y exponer en su tramo del juicio todas las cuestiones que son hoy pasto para el nacimiento de nuevas sensibilidades, nuevas leyes, campañas feministas, persecuciones mediáticas o linchamientos públicos en los foros digitales.

Estamos, por tanto, ante un filme complejo que busca zarandear al espectador perezoso en sus prejuicios para exponer con voluntad didáctica, a veces demasiada, un caso (investigado por el libro de Karine Tuil) que sin duda funciona como modelo al vacío del que extraer todas las posibles líneas, confusiones y conclusiones que rodean este asunto: ámbito burgués parisino, una familia de éxito y otra marcada por la religión judía, dos jóvenes prometedores y un turbio episodio sexual en una noche de alcohol, drogas y desafíos. 

Sin desvelar nunca lo que sucedió realmente, aunque con una clara denuncia de las inercias y comportamientos machistas que siguen funcionando sotto voce en la sociedad, Attal se mueve por los flancos y las consecuencias de una acusación sin querer buscar una verdad única de los hechos e interesándose por lo que se deriva de ellos en la vida de sus personajes y el proceso consiguiente. Tiene su miga íntima que sean su esposa, Charlotte Gainsbourg, y el hijo de ambos, Ben Attal, los que interpreten a la madre y el hijo acusado.  

Pasada una primera parte que busca en los retratos familiares las huellas de todo un sistema patriarcal en crisis, la palabra y la argumentación van ocupando poco a poco el protagonismo de una película que vuelve a hacer de su extenso juicio final el territorio genérico clásico para su crescendo dramático sin renunciar al debate intelectual de cierta altura, que es a la postre a lo que aspira Attal.