El artista anónimo | Crítica

El precio de Cristo

Heikki Nousiainen en una imagen de 'El artista anónimo'.

Heikki Nousiainen en una imagen de 'El artista anónimo'.

Fiel a sus formas clásicas y a un cierto tono amable y sentimental que le ha granjeado ya alguna candidatura al Oscar, el finlandés Klaus Härö (Elina, Adiós mamá, Cartas al padre Jacob, La clase de esgrima) vuelve a la cartelera española con este cuento moral sobre la diferencia entre valor y precio protagonizado por un viejo marchante de arte en un último intento por cerrar una venta que le permita retirarse con tranquilidad.

Olavi (Heikki Nousiainen, veterana estrella del cine finés) regenta una pequeña galería y frecuenta las subastas de la ciudad en busca de alguna perla a buen precio. Allí encuentra un retrato de autor desconocido que le obsesiona hasta el punto de involucrar a su propio nieto, del que ha de hacerse cargo a regañadientes, en la búsqueda y la certificación de su procedencia y su autor, que termina siendo el gran pintor ruso Ilyá Repin, un retrato cuyo rostro evoca a la figura de Cristo.

Häro traza con claridad didáctica y limpieza narrativa rayana en lo académico su relato sobre los peligros de la ambición y la especulación, y el mercado del arte y las subastas se antoja un marco idóneo para sus suaves dardos moralizantes. Pero también le interesa el perfil solitario, analógico, huraño y terco del personaje, que ha dado la espalda a su única hija y que ha encontrado en el nieto un posible camino de reconciliación y redención.

Pero es finalmente una triquiñuela espiritual, la autenticidad del cuadro y su valor como icono subrayados entre coros celestiales, lo que vira la película en su tramo final hacia la lección más bien explícita y testamentaria sobre los valores que merece la pena preservar y transmitir en tiempos de mercadeo.