Mientras su padre, el gran cineasta Jafar Panahi, se enfrenta en Irán a una condena de seis años de cárcel por razones políticas, llega a nuestro país, vía Filmin, esta primera película de su hijo Panah, un filme sobre padres, hijos y separaciones que redobla sus temas a poco que se conozca la situación personal y el cine de su padre y el de otros maestros como Kiarostami.
Tendremos que esperar pacientemente para descubrir el propósito de este viaje en coche por las carreteras iraníes paulatinamente abierto a las revelaciones y la poesía, un filme que arranca casi en clave de comedia, con un padre con la pierna escayolada, una madre regañona, un hijo travieso, otro callado y un perro enfermo, para abrirse poco a poco a los encuentros, el humor negro, las conversaciones veladas, las canciones de la radio, los rostros serios y las lágrimas furtivas que avisan del destino final y fronterizo que no es otro que el del exilio.
Panahi opta por filmar los contornos de su gran tema y presta especial atención a la belleza del paisaje como huella de la patria perdida, en planos largos y distantes e incluso apelando puntualmente a un realismo mágico que no sólo no molesta, sino que adquiere aquí una verdadera y doliente dimensión lírica a propósito de ese pacto de silencio protector y fabulador entre los padres para que el hijo pequeño no sea consciente de la situación.
Más aun, las conversaciones por separado entre el hijo mayor, la madre y el padre o las citas cinéfilas se redoblan también en un emocionante y elíptico tramo final donde la separación queda inteligentemente eludida para materializarse en una odisea frontal por el desierto y un número musical con el que el cineasta decide anudar la catarsis que permita a sus personajes, también a nosotros, seguir adelante después de la más triste de las separaciones.