Las apariencias | Crítica

Un mal matrimonio

Karin Viard y Benjamin Biolay, matrimonio en problemas en 'Las apariencias'.

Karin Viard y Benjamin Biolay, matrimonio en problemas en 'Las apariencias'.

Ni siquiera en los años 50 del pasado siglo una película como Las apariencias hubiera resultado contemporánea. La cinta de Marc Fitoussi basada en la novela de Karin Alvtegen-Lundberg parece vivir en un tiempo y unos conceptos morales y sociales definitivamente alejados del presente, incluso del de personajes como los que retrata a duras penas, gentes de esa alta burguesía urbanita y cultural que dedican sus tardes a recibir a las amistades entre champán y canapés fríos mientras esconden sus problemas bajo sonrisas forzadas. Las apariencias, ya saben.

Nuestros protagonistas son franceses pero viven en la alta Viena. Él es un prestigioso y estirado director de orquesta y ella dirige una mediateca francófona aunque prefiere la vida social. Las sospechas del adulterio disparan los celos y las enrevesadas estrategias de la esposa, y todo se precipita por el camino del despecho, la venganza y la obsesión por el control de la situación. El guion de Sylvie Dauvillier no ayuda demasiado a la verosimilitud y sobrecarga de situaciones azarosas y endebles personajes de thriller lo que podría o debería haberse resuelto en el ámbito doméstico. Al fin y al cabo, Fitoussi prefiere llevar el asunto por la vía dramática y morbosa antes que por el verdadero retrato de un fracaso conyugal.

No ayudan demasiado a contener el tono hipertrofiado del filme un Benjamin Biolay inexpresivo y en modo robótico y una Karin Viard empeñada en gesticular y abrir demasiado los ojos cada vez que descubre un nuevo engaño, una nueva sorpresa o tiene una nueva idea perversa para preservar la institución.