Los jóvenes amantes | Crítica

Amor y crepúsculo

Melvil Poupaud y Fanny Ardant en una imagen del filme.

Melvil Poupaud y Fanny Ardant en una imagen del filme.

Rememorando un poco el espíritu de aquellas películas de los sesenta de Claude Lelouch, y partir de un proyecto original de la malograda cineasta Sólveig Anspach, Los jóvenes amantes aborda en clave de melodrama romántico la relación sentimental insospechada entre una mujer madura y viuda (Fanny Ardant a los 73) y un médico casado y con hijos (Melvil Poupaud) veinticinco años más joven que ella.

Ambos se conocen en un hospital y entrelazan sus caminos y sus traumas en uno de esos guiones algo caprichosos más empeñados en señalar y narrar sus temas, a saber, el surgimiento de la atracción y el amor inesperados, la reaparición del deseo y el acecho de la muerte, que en darles verdadera densidad a través de la lógica de los encuentros y los acontecimientos. Carine Tardieu (Sácame de dudas) insiste también demasiado en airear su trama con una falsa naturalización del romance maduro a los ojos y reacciones de las respectivas familias de una y otro, en un ejercicio de aparente contención que, por otro lado, se desborda luego sobremanera cuando la enfermedad irrumpe de nuevo como desencadenante y catalizador de las decisiones y emociones a flor de piel.

Los jóvenes amantes parece así un filme de tesis e ideas antes que una película de realidades, una apuesta en el fondo bastante tibia por una supuesta valentía sentimental a contracorriente que tiene que superar siempre demasiados obstáculos y vaivenes temporales en busca de su particular catarsis liberadora. No la ayudan demasiado las canciones obvias (¿de verdad era necesario subrayar el asunto con el A Lady of a certain age de nuestros queridos Divine Comedy?), el montaje, algunas cámaras lentas o las miradas perdidas de perdón o arrepentimiento al son del repertorio clásico.