Otra ronda | Crítica

Europa se achispa

Cuatro amigos deciden experimentar con el alcohol en 'Otra ronda'.

Cuatro amigos deciden experimentar con el alcohol en 'Otra ronda'.

Incluso sin ganar ninguno de los dos Oscar (mejor filme extranjero y mejor director) a los que aspira, Otra ronda es ya el filme europeo del año avalado por Cannes, San Sebastián, la EFA o los Cesar, el filme de consenso (más de premio del público que de la crítica) que, de igual forma, y conociendo los antecedentes de Vinterberg (desde la dogmática Celebración a La Caza que nos dio gato de telefilme por liebre de autor), activa todas nuestras alertas.

Y no íbamos mal encaminados. La película arranca y concluye con una celebración ritual en la que los estudiantes festejan su graduación entre música, baile, cerveza y vómitos. Dinamarca tiene un problema con el alcohol, parece decirnos. Para su demostración, Vinterbeg y su guionista habitual Tobias Lindholm despliegan una historia de masculinidades frágiles, las de cuatro amigos profesores de instituto (Mikkelsen, Bo Larsen, Millang y Ranthe) que deciden emprender un experimento consistente en beber en secreto una justa dosis de alcohol diaria, siempre en horario laboral, como Hemingway y Churchill, para superar la ansiedad, la baja autoestima o los problemas conyugales.

Instalada en un tono que quiere ser distante (siempre con la excusa experimental) pero que desprende pronto cierto tufo moralizante, Otra ronda viene a recordarnos que el alcohol es un problema social serio y que su ingesta desmedida aboca al hombre blanco burgués en crisis a la pérdida del control y el sentido de la realidad, al espejismo de la felicidad o a la tragedia irreversible.

Vinterberg intenta disfrazar su enésimo guion cerrado, su conservadurismo formal y su narrativa pedagógica con ese naturalismo que, entre luces cálidas y cámaras ágiles, no disimula que bajo la superficie del relato abierto, las piruetas y un último trago, late siempre una gran desconfianza en el espectador.