Solo las bestias | Crítica

Desaparición de una mujer

Valeria Bruni-Tedeschi y Nadia Tereszkiewicz en una imagen del filme de Dominik Moll.

Valeria Bruni-Tedeschi y Nadia Tereszkiewicz en una imagen del filme de Dominik Moll.

Le habíamos perdido la pista a Dominik Moll después de aquellos dos inquietantes largos de debut, Harry, un amigo que os quiere y Lemming, en los que coqueteaba con las incomodidades cotidianas, el crimen y el fantástico en clave posmoderna. Mentira, vimos también El Monje (2011), aparatoso filme de época y hábitos al que le pesaba mucho la co-producción española y un ritmo exasperante para sus delirios sacrílegos.

Moll regresa ahora con este filme-puzle muy de principios de siglo XXI que adapta la novela de Colin Niel para adentrarse en la Francia rural e invernal y trazar los recorridos cruzados de cinco personajes cercanos y su relación directa o causal con la misteriosa desaparición de una mujer, unos recorridos que alternan los distintos puntos de vista para completar una trama en la que se revelan la infidelidad matrimonial, un desaforado amour fou entre mujeres, el cándido enamoramiento cibernético de un ganadero y un viaje final al otro lado de los perfiles virtuales en Costa de Marfil que supera todas las expectativas en aras de subrayar el gran tema de fondo de la cinta: el espejismo, la manipulación y la insatisfacción congénita de las relaciones sentimentales atrapadas en las redes del azar.

A pesar de este tramo final más que cuestionable y de la inevitable tendencia a la dispersión, Solo las bestias se ve siempre con agrado en su apuesta coral y en astuta capacidad para moverse de un lado a otro con determinación, sentido de la dosificación y la sorpresa y cierta elegancia ambiental y paisajística. Un gran plantel de actores, entre la sofisticación chic de Valeria Bruni-Tedeschi, la humanidad ingenua y brutal de Denis Ménochet o el sencillo encanto rural de Laure Calamy, contribuyen a cimentar los logros de la cinta.