Enésima comedia costumbrista francesa ambientada en el rural, todo un género con entidad propia y hueco comercial en el cine galo, Una veterinaria en la Borgoña despliega su mensaje sencillo y su candidez para todos los públicos a través de la historia de Alexandra (Noémie Schmidt), una estudiante de veterinaria recién licenciada que regresa a regañadientes al pueblo de su infancia para asistir al veterinario local tras la jubilación del viejo titular de la plaza.
Un filme amable y altamente previsible que proyecta esta nueva querencia por la vuelta al campo que la pandemia no ha hecho sino acentuar bajo falsas promesas de vida sencilla y tranquila en armonía con la naturaleza, aire sano y distancia de seguridad garantizada que la cinta de la debutante Julie Manoukian confirma con ese retrato de gentes, paisajes, costumbres y fauna variopinta en los que toda gravedad o todo realismo (hasta el parto de la vaca es fake) parece quedar siempre en segundo plano en favor del tipismo dramático inofensivo, el humor blanco, la bonhomía popular y el perdón como caminos para la reconciliación con las raíces perdidas, que es al fin y al cabo de lo que trata la cosa.