Adiós | Crítica

Buscando a Shakespeare en las Tres Mil

El sevillano barrio de las Tres Mil Viviendas sigue funcionando como socorrido marco trágico-folclórico para ese cine andaluz con aspiraciones universales y formas de prestado en su improbable cruce entre los pleitos shakesperianos, la figura del hijo pródigo regresado y unos pretendidos aires lorquianos disfrazados de oro barato, puchero gitano y chándal de mercadillo.

Adiós se suma así a la moda del thriller visceral de venganza (hemos perdido ya la cuenta) en el barrio deprimido y criminalizado hasta la caricatura, con sus bidones ardientes, sus yonquis desdentados y sus noches sin iluminación, para situar allí de nuevo a un Mario Casas con acento de imitación y ganas de acción como díscolo presidiario en tercer grado decidido a seguir su camino (no se sabe bien cuál) fuera de la guerra de clanes cuando un accidente le arrebata aquello que más quiere.

Servido el esquema de manual en bandeja de plata, Paco Cabezas (Carne de neón, Tokarev, Mr.Right), que también se ve a sí mismo como otro hijo pródigo de vuelta a casa, sigue fiel el trazado de las venganzas, la escalada de tensión, el retrato del barrio en clave espectacular y una redoblada trama policial donde se escuchan con megáfono unos mismos ecos sobre maternidades frustradas y paternidades concernidas, para hacer de Adiós el perfecto pretexto para la pirotecnia de importación marca de la casa a saber, para poner a correr, pelear y disparar, a veces a cámara lenta, otras en explícitos montajes paralelos con músicas flamencas amansadas, a unos personajes atrapados en sus respectivos arquetipos (esa matriarca enlutada que se sacrifica por los suyos) por los derroteros del dolor, la corrupción y el ojo por ojo.

Así, cada vez que la película quiere replegarse a ese lado íntimo y sufriente de unos padres destrozados por la pérdida de una hija, ya ha hecho demasiado ruido y ha transitado por demasiados descampados y esquinas peligrosas como para que podamos sentirlo mínimamente junto a ellos.