El fotógrafo de Mauthausen | Crítica

¡Qué malos eran los nazis!

Hace ahora tres años que El hijo de Saul ponía el listón muy alto a propósito del viejo asunto de la ética de la representación del horror de los campos de exterminio nazis. Situando su foco narrativo en primera persona, la película húngara de László Nemes desplegaba su puesta en escena a través de un riguroso juego con el espacio y el sonido off que sostenía de manera poderosa y coherente la relación experiencia-imagen-historia.

Con El fotógrafo de Mauthausen, que quiere contribuir a la ingente filmografía sobre el asunto desde la nacionalidad española de su protagonista, el fotógrafo catalán Francesc Boix (1920-1951), prisionero comunista que dio testimonio y mostró pruebas condenatorias en los juicios de Nuremberg, volvemos empero a los viejos tics, rígidos modos e inercias narrativas de ese cine de ficción con tendencia a convertir el horror y la devastación de lo humano en los campos en una previsible y efectista aventura macabra y un consolador retrato de buenos y malos (malísimos), a través de una aseada reconstrucción histórica, dieta, pelo rapado y dientes amarillos, una concepción teleológica de los acontecimientos (¡esos diálogos!) y música elegíaca con violín.

La cinta de Mar Targarona (Secuestro) discurre así por el sendero del estereotipo que convierte a nuestro fotógrafo civil, absorbido por un Mario Casas con las mismas limitaciones de siempre, en un héroe empático de la resistencia y a los nazis y kapos que lo someten o vejan en unos auténticos animales que no tienen reparo en descerrajar tiros en la cabeza o animar a un niño a que lo haga mientras se toman un canapé o escuchan una sonata de Beethoven.

Si lo desean, pueden aprovechar la ocasión para recuperar el documental sobre Boix (Un fotógrafo en el infierno, 2000), de Llorenc Soler, que está en Youtube.