Súper empollonas | Crítica

Las chicas también quieren divertirse

Beanie Feldstein y Kaitlyn Dever, protagonistas de 'Súper empollonas'.

Beanie Feldstein y Kaitlyn Dever, protagonistas de 'Súper empollonas'.

Como en aquel famoso himno pop de Cindy Lauper, las protagonistas de Súper empollonas también quieren divertirse y dar la campanada en sus últimos días de instituto, rompiendo su imagen pública de chicas aburridas, responsables y únicamente concentradas en el estudio y la vida académica.

La comedia adolescente sigue aguantando el paso de los años y las generaciones como sólido esquema genérico que soporta bien los cambios y se adapta a las variaciones en un modelo que ha hecho siempre de los estereotipos del high school su mejor baza para hablar de rituales de tránsito, explosiones hormonales, coqueteo con lo prohibido y el paso hacia la edad adulta.

La película de la debutante Olivia Wilde se sitúa así en un mundo reconocible pero definitivamente actualizado y diverso que otorga un doble y absoluto protagonismo a dos personajes femeninos para reivindicar su diferencia y su perspectiva liberal, inteligente y sarcástica sobre un cuadro social plagado de tópicos y peajes.

Pero sobre todo, Súper empollonas funciona ejemplarmente como mecanismo cómico plagado de buenas ideas de puesta en escena (secuencia de animación incluida), lanzada siempre a un ritmo frenético en el que unas estupendas, locuaces y siempre cómplices Beanie Feldstein y Kaitlyn Dever se deslizan en una larga noche de desenfreno que, entre Jo, qué noche! y Súper salidos, abre el filme a una memorable serie de personajes episódicos, encuentros y situaciones que funcionan siempre, banda sonora mediante, como un reloj perfectamente ajustado.

Puestos a reprocharle algo a esta estupenda comedia de chicas diferentes y amistad adolescente, tal vez habría que hablar del clásico repliegue sentimental tras la resaca y los excesos, aunque incluso en esa inevitable coda esta película sabe enjuagar a tiempo las lágrimas de la despedida.