Historias de miedo para contar en la oscuridad | Crítica

Del Toro reescribe a Schwartz: actualidad del terror ‘folk’

Una imagen de 'Historias de miedo para contar en la oscuridad'.

Una imagen de 'Historias de miedo para contar en la oscuridad'.

Alvin Schwartz (1927-1992) es –no era, es: los autores viven mientras tengan editor y lectores– un tipo simpático que escribió relatos de terror para adolescentes respetando a sus jóvenes lectores, por lo que pueden interesar también a quienes hayan dejado atrás esos años convulsos y felices. Su mayor pero no único éxito fue la serie de relatos agrupados en la colección de muy sugestivo título Historias de miedo para contar en la oscuridad (hay edición española en Editorial Océano), espléndidamente ilustradas por Stephen Gammell, cuyo mayor hallazgo es basarse en el folclore americano tendiendo puentes desde las leyendas urbanas a los relatos populares y la gloriosa tradición, a su vez también inspirada en el folclore, iniciada por Washington Irving cuyo Sleepy Hollow está a punto de cumplir su bicentenario.

Respeto al espectador y guiños a las fuentes tradicionales del terror hacen también el encanto y el interés de esta producción auspiciada por Guillermo del Toro, que también participa en el guion junto a un buen equipo de guionistas formado por Dan y Kevin Hageman –responsables de Hotel Transilvania–, John August –colaborador de Spielberg y Burton–, y Marcus Dunstan y Patrick Melton –guionistas de The Collector y The Neighbour– dirigidas por el primero. Un acierto fue también, además del respeto al original literario garantizado por este numeroso y buen equipo de guionistas, encargar la dirección al noruego André Ovredal a quien el éxito de Troll Hunter le permitió saltar de su país a Inglaterra para rodar La autopsia de Jane Doe, que a su vez le abrió las puertas de Hollywood.

Una elección muy inteligente porque en sus películas de terror rodadas en Noruega, Ovredal –tanto en la ya mencionada Troll Hunter como en la por estrenarse Mortal– se inspira en leyendas y tradiciones, lo que le hacía idóneo para conservar el perfume a papel de libro viejo leído a oyentes jóvenes que tienen los relatos de Schwartz.

El guion une en una sola historia ambientada en 1968 tres relatos presentando a uno de los mejores monstruos del reciente cine de terror: el Jangly Man –no el único, pero sí el más memorable ser que aparece en la película– interpretado por un contorsionista: un horrendo cadáver putrefacto cuyos miembros parecen tener vida propia como si sus extremidades fueran las serpientes de la cabeza de la Gorgona. Y con un recurso o efecto que siempre funciona: la lectura de un libro de terror en cuyas páginas los lectores se van reconociendo.

La síntesis perfecta entre un relato de ficción y las muy reales pesadillas soñadas tras oír, cuando éramos niños o muy jóvenes, un cuento de terror en torno a una hoguera o en una habitación oscura al caer la noche. El Jangly Man y las otras criaturas son todo lo fieles a las ilustraciones de Stephen Gammell como el talento del ilustrador y las expectativas de los seguidores de estos relatos exigen.

Partiendo siempre de los relatos originales, y en fidelidad a ellos, Del Toro y el equipo de guionistas dejan entrever que los buenos relatos de terror son siempre una parábola negra de los más negros temores del ser humano y de las crueldades que pueda cometer. En este caso el fondo de corrupción política (Nixon), guerra (Vietnam) e intolerancia (racismo) cumple esa función densificando el divertimento. Una agradable sorpresa veraniega.

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