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Silvio (y los otros) | Crítica

Berlusconi en 'Tu cara me suena'

Tony Servillo, en una escena de la nueva película de Paolo Sorrentino.

Tony Servillo, en una escena de la nueva película de Paolo Sorrentino.

A estas alturas no es fácil saber si Sorrentino es un gigante por sus propios méritos o por vivir en un tiempo de enanos. Y su problema es que juega en el campo más difícil del cine, el de la hipertrofia estilística y el exceso. Sólo un genio puede mantenerse en él sin incurrir en lo hueco que tantas veces acecha tras lo barroco.

Fellini, su gran referente –La gran belleza era la reescritura de La dolce vita y La juventud unas variaciones sobre Ocho y medio– era un genio que se reinventó a sí mismo al menos tres veces sin dejar de ser nunca él: hubo un primer Fellini de El jeque blanco a Las noches de Cabiria, otro que saltó prodigiosamente de La dolce vita y Ocho y medio a Giulietta de los espíritus y un tercero de Toby Dammit y Satiricón a Y la nave va.

Sorrentino, que de momento ha demostrado mucho talento y creatividad pero no genio, corre el peligro de estancarse en la desmesura estilística sin ser capaz de reinventarse. Y las señales de agotamiento son cada vez más evidentes.

Fue progresando de El hombre de más (2001) a Las consecuencias del amor (2004) y El amigo de la familia (2006) hasta sorprender y triunfar internacionalmente con Il divo (2008) y consagrarse –pero tras dar el traspiés de Un lugar donde quedarse (2011): una advertencia, una señal de peligro– como un maestro con La gran belleza (2013). Tras ella La juventud (2015) lograba mantener la fuerza de su estilo sin lograr sobrepasar su acierto anterior. La posterior y televisiva The Young Pope mostraba señales de agotamiento en su explotación del esperpento barroco.

Tras ella se embarcó en el megaproyecto de la caricatura del tan fácilmente caricaturizable Berlusconi Loro 1 y Loro 2, resumidas para su distribución internacional en Silvio (y los otros) cuyo título original es Loro: International Cut. Si Andreotti, personaje fascinante, le daba material sobrado para Il divo, Berlusconi da para mucho menos. Una caricatura viviente no precisa ser caricaturizada. La fiesta con la que arranca La gran belleza vale lo mismo, si no más, como retrato de la degradada, vulgar y hortera Italia de Berlusconi que estas dos películas resumidas en una.

La interpretación plastificada y recauchutada de Toni Servillo es más una máscara tipo Tu cara me suena que una recreación del personaje. La vulgaridad hortera del universo Berlusconi, esté presente el protagonista o sea aludido por sus conmilitones, parece fascinar más que indignar a Sorrentino: en vez de crear un fresco crítico de la corrupción berlusconiana se recrea en la reconstrucción de ella. Le pasa algo parecido a lo que sucedió con Nerón y Popea en Quo vadis?: las interpretaciones y caracterizaciones de Peter Ustinov y Patricia Laffan los convirtieron en el mayor atractivo de la película. Aunque en este caso la fascinación de Sorrentino por el kitsch berlusconiano y el corrupto protagonista no se transmiten al público.

Lo mejor son algunas secuencias íntimas y patéticas del Cavaliere. Mucho mejor está Riccardo Scamarcio como el arribista que hace de Virgilio en este descenso al infierno discotequero y putañero. En cuanto a las consecuencias de las políticas de Berlusconi, o la degradación política y social que hicieron posible su triunfo político, no existen en la película. Lo que es grave en el retrato o caricatura de un político y su época. Y no es a causa de los cortes más bien torpes que han resumido las dos películas en una: las he visto completas y tienen casi las mismas carencias o incurren en los mismos excesos huecos de facilonería sorrentiniana.

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