Venom: Habrá venganza | Crítica

De simbiontes y otra fauna Marvel

Una imagen de la película.

Una imagen de la película. / D. S.

Un simbionte es como las lombrices de las que de niños nos purgaban, o la aún más odiosa y asquerosa solitaria: una cosa o forma de vida okupa que se te mete dentro. Absténganse de comentarios obscenos. Eso sí, con efectos más visibles y devastadores sobre el físico y el carácter que aquellos bichos repugnantes de las infancias ya lejanas. Es una invención del universo Marvel crecido en los entornos de Spiderman e importado, como prácticamente todo muñeco creado en la factoría, de los tebeos al cine. Debutó en la pantalla en 2018 con un disparate llamado Venom, nombre del más conocido y popular simbionte.

Ahora llega una secuela no menos disparatada, con un guión que parece escrito en estado de ebriedad (rectifico: algunos de los mejores guiones de la historia del cine fueron escritos con muchos grados de alcohol en el cuerpo). Como a tantas parejas les sucede, Tom Hardy, intérprete también de la anterior entrega, sigue intentando estabilizar su íntima, intimísima, convivencia con el bicho cuando otro sujeto, un presidiario, se convierte también en huésped del inoportuno okupa galáctico.

Dirige esta cosa Gollum y King Kong, es decir, Andrew Serkis, quien ya había hecho armas como director con el melodrama un tanto pegajoso Una razón para vivir y -más en su terreno- con la película de efectos digitales Mowgli: la leyenda de la selva.  

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