Crítica

'Un tipo serio': Elogio de la extrañeza

Un tipo serio. Comedia dramática, EEUU, 2009, 105 min. Dirección y guión: Joel y Ethan Coen. Fotografía: Roger Deakins. Música: Carter Burwell. Intérpretes: Michael Stuhlbarg, Richard Kind, Fred Melamed, Sari Lennick, Adam Arkin, Aaron Wolff.

Después del éxito mainstream de No es país para viejos, y tras la desternillante ligereza contracriminal con reparto estelar de Quemar después de leer, los Coen parecen querer apuntalar su lugar de privilegio en el cine norteamericano de hoy desde una posición más discreta, menos expuesta a los focos, aunque más fiel si cabe a su reconocible sello como autores posmodernos. Se entiende así que Un tipo serio llegue sin armar mucho ruido, sin ningún actor conocido en su espléndido reparto de cuerpos y rostros singulares, con un tono bajo que pudiera hacer pensar que nos encontramos ante una obra menor dentro de su ya larga filmografía.

Sin embargo, para los que pensamos que son precisamente esas películas aparentemente pequeñas de los Coen las que mejor definen y contienen la esencia y la singularidad de su talento, Un tipo serio se nos antoja una obra mayor sin paliativos, no ya tanto un regreso a los orígenes, ni falta que hace, como la condensación y la sublimación, aquí literalmente al borde del precipicio, libre de obligaciones genéricas, de ese singular tono cómico y esa mirada al mundo perpleja y deformante capaz de dibujar con trazos precisos el sinsentido y el absurdo de la condición humana en la Norteamérica contemporánea.

Ambientada en un suburbio residencial de una ciudad del Medio Oeste a finales de los años 60, y tras un brillante prólogo polaco hablado en yiddish que nos anticipa las intenciones (por llamarlo de alguna manera) parabólicas del relato, Un tipo serio captura el espíritu de una época y la dinámica y rituales de la comunidad judío-americana a través del retrato caricaturesco de un profesor universitario en caída libre (espléndido Michael Stuhlbarg) que ve desmoronarse ante sus ojos (y nosotros con él) su modélica vida de clase media en el ámbito personal, familiar y profesional.

Los Coen despliegan su mirada minimalista y desconcertada por la superficie de un filme primorosamente fotografiado por Roger Deakins en el que cada encuadre y cada movimiento de cámara asumen su condición de prisma deformante a través del que observar ese misterio (la fatalidad judía que persigue a la familia desde tiempos ancestrales), esa extrañeza surreal y delirante (por momentos, la narración no distingue ya entre lo vivido y lo soñado, entre la realidad y la pesadilla) con la que nuestro protagonista empieza a experimentar esta nueva etapa de su vida, apartada ya de toda certeza, abierta al descubrimiento del absurdo cotidiano, sumida en un hilarante y excéntrico vacío para el que la religión (tres visitas fallidas a tres rabinos así lo corroboran) no tiene respuesta alguna, a no ser que ésta se cifre en la llegada de un tornado o se esconda en la letra ("When the truth is found to be lies / And all the joy within you dies") de una canción de los Jefferson Airplane.

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