Cómics

Diario de viaje

  • Ha pasado el tiempo y Frederik Peeters nos vuelve a abrir la puerta de su vida, en este caso valiéndose de un alter ego para narrarnos su devenir diario

Dibujo de la portada.

Dibujo de la portada.

Cuando pensamos en la existencia de algunos autores de cómic exitosos, grandes nombres de la viñeta internacional, imaginamos unas jornadas llenas de glamour, rodeados de asistentes que le hacen la vida mucho más fácil, recorriendo la ciudad a toda velocidad dentro de un auto de última gama… En fin, viviendo un auténtico sueño.

No sé si este será el caso de alguno, pero está claro que no es lo que le ocurre a Frederik Peeters, que con su nueva obra Oleg nos lanza a la cara un una bofetada de normalidad, haciendo un increíble retrato de lo cotidiano a través de este autor de cómics que se desplaza en bicicleta, evitando el tráfico y no sólo tiene que lidiar con la creación de una nueva obra, hecho que le trae de cabeza, sino que además tiene una familia. Una mujer, Alix, de profunda mirada, de la que sigue profundamente enamorado y Elena, una joven hija que le plantea los problemas propios de esa edad, dudas que en pocas ocasiones puede responder pero a la que la une una relación muy especial.

Esta obra es espectacular en la manera tan sutil, sin estridencias, con la que su autor nos sumerge en el día a día. Compone una sinfonía de lo cotidiano, que solo se verá rota por esas 'pequeñas' sorpresas que la vida nos depara. Algunas buenas, que nos hacen avanzar, y otras que no vemos venir y golpean con furia el frágil castillo de naipes que llevamos años construyendo.

Oleg es un tipo bastante normal, que a través del cristal de sus gafas observa ese mundo que le rodea y que cada vez le gusta menos, imaginando que sus congéneres han retrocedido varios pasos en la filosofía darwiniana. Visto lo visto, como especie no tenemos remedio…

Y mientras el tiempo pasa, el autor se plantea y replantea cómo puede ser su próxima obra, el tono, el género. La duda, el bache creativo, imposible de esquivar. Una y otra vez le comenta a Alix sus cambios y ésta, que le conoce muy bien, se convierte en la mejor opinión, haciendo que Oleg siga avanzando en la búsqueda de lo que realmente quiere contar al lector.

Como todo en la vida, hay momentos de este cómic con los que te sientes totalmente identificado, al fin y al cabo todos somos muy parecidos, y la mayoría nos dejamos guiar por los mismos estímulos.

Sin embargo, hay otros a los que prefieres mirar de reojo, ya que sabes que de una u otra manera, siempre acechan y pueden lanzarse sobre ti o los que más quieres.

Hablar del Frederik Peeters dibujante es recalcar lo obvio, los que seguimos su carrera desde hace años ya lo sabemos y hemos podido disfrutar una y otra vez. Y es que es uno de los mejores narradores de la profesión. Desde la viñeta número uno te introduce en su mundo, casi puedes rozarle mientras toma un café, sentarte junto a él y su familia a cenar, acompañarle mientras se sumerge en la piscina o, de pronto, en una ensoñación, un recuerdo, trasladarte a un lugar lejano en el tiempo o el espacio.

De la tranquilidad que emana ese momento en el que, tumbado, piensa sobre sus cosas; al barullo incesante de los aficionados, ávidos lectores que buscan capturar una firma en el festival de Angouleme.

Con una sinceridad que en ocasiones duele, Frederik Peeters nos lleva de la mano a través de un trayecto íntimo por su vida y la de los suyos, componiendo un brutal retrato.

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