Simon Hanselmann | Historietista

"Cuando dibujo, la realidad se desvanece"

  • Estrella del cómic 'underground', el australiano se sumerge en la oscuridad en 'El mal camino', quinto tomo de la serie de la bruja Megg y su gato Mogg que presentó recientemente en Sevilla

Simon Hanselmann (Launceston, Australia, 1981), en la librería Caótica de Sevilla.

Simon Hanselmann (Launceston, Australia, 1981), en la librería Caótica de Sevilla. / Antonio Pizarro

Simon Hanselmann huyó del agujero negro que es Tasmania y se hizo famoso, como en la canción de los Magnetic Fields. Ahora vive en Seattle con su mujer, pero preferiría vivir en España o en México. Trabaja 16 horas al día. Le gustan los karaokes, las patatas bravas y The Larry Sanders Show. En los últimos años ha pasado de ser un artista underground a salir en la televisión. Sus cómics se han traducido a 14 idiomas y figuran entre los más vendidos del New York Times. En sus historias hay sexo, drogas, depresión, abulia, desempleo, neurosis, vacío existencial y escepticismo ante el futuro, pero también mucho humor ácido como el de su admirado Todd Solondz. Publicado por la editorial Fulgencio Pimentel, que lo fichó incluso antes que la americana Fantagraphics, El mal camino es su trabajo más sombrío.

En su primera visita a Sevilla, el australiano vio la Catedral, cenó en Los Claveles y se hizo una foto con el cuadro de la duquesa de Alba en el Garlochí. Durante la presentación en la librería Caótica, un fan le pidió que le rellenara un boleto del Euromillón y Simon dibujó docenas de veces a Megg, Mogg, Werewolf Jones y Búho, los protagonistas inadaptados de sus tebeos.

-Ha pasado de publicar sus dibujos en Tumblr a exponer en el Bellevue Arts Museum de Seattle. ¿Cómo lleva el éxito?

-Empecé a hacer fanzines cuando tenía 8 años. Antes de publicarlos online tocaba en bandas de noise. Me los llevaba para venderlos después de los conciertos, pero la gente pasaba. Así que los puse en internet y algunas editoriales comenzaron a interesarse. Hace dos años expuse en una galería de París y luego me propusieron lo del museo. Pero nada ha cambiado. Sigo siendo la misma persona que se pasa el día dibujando en su cuarto. Cuando dibujo, la realidad se desvanece. Es como si llevara las anteojeras de los caballos. Me concentro y no veo nada más. Trato de no pensar en que la gente lo va a leer y hacerlo por mí.

-Megg y Mogg han cumplido 11 años. Quizá se convierta usted en el próximo Matt Groening...

-Es lo que intento. Acabo de firmar un contrato con una productora independiente para que haga una serie de animación sobre ellos. Rechacé las propuestas de Adult Swim y Fox porque me censuraban y no me dejaban mostrar genitales ni enseñar a nadie fumando, pero esta gente quiere ser fiel a los libros. Ojalá salga bien. Me encantaría hacer algo como Los Simpson. La obra de Groening está valorada en 500 millones de dólares. Mi familia es pobre, mi madre está enferma y quiero comprarle una casa. Si tuviera tanta pasta como él podría ayudar a la gente y a mis amigos.

La bruja Megg en una de las primeras páginas de 'El mal camino'. La bruja Megg en una de las primeras páginas de 'El mal camino'.

La bruja Megg en una de las primeras páginas de 'El mal camino'. / D. S.

-Elvis también venía de una familia muy pobre y lo primero que hizo cuando ganó algo de dinero fue comprarle una casa a su madre.

-Me encanta la comparación. ¡Elvis es el rey!

-Usted también es una especie de estrella del rock.

-Eso dicen, porque me gusta disfrazarme y actuar. Creo que para triunfar no sólo debes ser bueno en lo que haces, sino que se te tiene que dar bien hablar y hacer negocios. Aunque no todos los dibujantes son así. Algunos son muy reservados. Mira Chris Ware, por ejemplo. Es un artista muy famoso y es bastante tímido, pero su obra es tan potente que habla por sí sola. Yo en cambio tengo que intentar compensar mis carencias.

-¿Qué es lo que le falta?

-La verdad es que no tengo mucha confianza en mí mismo. Odio lo que hago, me parece una mierda. Pero eso es sano. Si fuera por ahí pensando que soy el mejor y que Megg y Mogg son la bomba, me estaría haciendo un flaco favor. Un artista debe ser autocrítico. Tiene que ver los errores que comete y tratar de hacerlo mejor la próxima vez. La arrogancia no es buena.

-Suele volcar su experiencia personal en su obra. ¿Qué hay de su vida en El mal camino?

-La relación con mi madre, que lleva drogándose desde que nací. Los yonquis no son mala gente, pero su situación es muy chunga y no tienen donde caerse muertos. Yo crecí rodeado de gente así. En El mal camino, Megg empieza a cansarse de tener que lidiar con su madre. También analizo la relación con mis amigos y sus problemas de adicción y depresión, los vínculos familiares, el deseo de cambiar, de superarse a uno mismo y llevar una vida más sana.

"Intento escribir de forma realista para que mis historietas sean como la vida, surrealista, extraña y aterradora, pero también muy divertida"

-¿Con qué personaje se siente más identificado?

-Con todos. Megg representa mi lado femenino y depresivo, Mogg el más frío y vicioso, Werewolf Jones mi parte loca y hedonista y Búho la del buen chico que quiere triunfar en la sociedad. Me resulta muy fácil escribir sobre ellos porque los conozco bien. Es como verme a mí fragmentado.

-¿Dibujarlos le ayuda? ¿Es una especie de terapia?

-Claro, soy mi propio terapeuta. Veo mis errores y mis logros y aprendo de ellos. Es un proceso catártico, porque tomo distancia y transformo la realidad en ficción, y eso le resta crudeza. Mis nuevos libros hablan sobre mi familia y lo jodidos que estamos. El mal camino es el más deprimente hasta ahora, pero los siguientes van a ser cada vez más oscuros.

-Ha tenido una vida dura, pero ha conseguido darle la vuelta y hacer algo con ello. "El arte es una herida hecha luz", decía Georges Braque.

-Es cierto. He convertido el dolor y estas historias terribles en algo bueno. He transformado mi experiencia en algo positivo y he logrado ganarme la vida con los cómics. Hay mucha gente que me dice que mi trabajo le hace sentir menos sola, pero me cuesta mucho pensar que a alguien le sirva de algo. Supongo que se identificarán con lo que cuento. Todo el mundo tiene sus propios demonios.

-¿Cómo nacieron Megg y Mogg?

-Había una serie británica de libros infantiles llamada Meg and Mog, pero mis cómics no se basan en ella. Me pasaba el día dibujando brujas y gatos porque me molaban, y se me ocurrió apodarlos así. En aquella época estaba trabajando en una serie muy larga con personajes humanos, una especie de Twin Peaks con un drama familiar en un pueblo pequeño donde había un montón de historias interconectadas. Y me cansé. Lo había empezado con 21 años. Era demasiado joven para embarcarme en una obra tan ambiciosa. Así que decidí tomarme un descanso y dibujar una comedia tonta sobre drogas. Y entonces cogí a la bruja y el gato y los llamé Megg y Mogg. Es frustrante que todo el mundo piense que me inspiré en los personajes de Helen Nicoll y Jan Pienkowski para hacer una especie de parodia o una versión para adultos. Debería haberlos llamado de otra manera, porque me preocupaba que Penguin Random House me demandara. Pero nunca pasó nada. De hecho, es la editorial que distribuye mis cómics en Latinoamérica.

"No le voy a mandar este libro a mi madre porque habla de ella y le haría daño. Sería como ponerle un espejo delante, y yo quiero protegerla, no romperle el corazón"

-¿Qué opina su madre de lo que hace?

-Solía decirme que mis tebeos le parecían una mierda, que no los entendía. Pero leyó los dos primeros de Megg y Mogg y le molaron. No le voy a mandar el nuevo porque habla de ella y le haría daño. Sería como ponerle un espejo delante: vería lo que se ha hecho a sí misma y a mí y le afectaría mucho. Quiero protegerla. A veces trato de hablar con ella del tema, le digo que necesita tomar conciencia, pero me responde cosas horribles para hacerme sentir culpable. Soy como su psicólogo, es una carga enorme. Aunque esas historias me vienen genial para los cómics. Cada vez que hablo con ella escribo la conversación, intento encontrarle la gracia. Pero no le voy a enseñar este libro porque le rompería el corazón.

-Pese al pesimismo inherente a todos sus trabajos, los personajes rechazan la solemnidad y se divierten. ¿El humor es una forma de escapar de los problemas?

-Claro. Es necesario. Sirve para afrontar las situaciones difíciles. Y la vida es divertida. Es surrealista, extraña, aterradora, pero también muy divertida. Megg y Mogg es una historieta absurda sobre una bruja y un búho, pero intento escribirla de forma realista para que sea como la vida, hermosa y horrible a la vez. No hay que tomarse las cosas demasiado en serio.

El artista australiano, durante la charla con este periódico. El artista australiano, durante la charla con este periódico.

El artista australiano, durante la charla con este periódico. / Antonio Pizarro

-El mal camino se abre con una cita del Apocalipsis.

-Eso fue cosa de los editores, pero confío en ellos porque saben muy bien lo que hacen. Estoy seguro de que encaja con el tono del libro. ¿Qué es lo que dice?+

-"He puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar; porque aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra y no has negado mi nombre".

-Ah, qué bien. Muy elegante.

-El cómic podría terminar con el No future de los Sex Pistols.

-Sí. Al final todo conduce al desastre. Pero eso también es bonito. Pase lo que pase, será hermoso.

-Hablando de belleza, he leído que tiene siete conejos.

-Sí, los adoro. Mi mujer y yo vamos con el coche rescatando a los que vemos por la calle y los cuidamos hasta que se curan. A algunos los adoptamos. Los echo mucho de menos. Es muy duro estar lejos de ellos. Son la luz de mi vida, mi alegría.

-¿Qué otros empleos ha tenido?

-Llevo encadenando depresiones toda mi vida y mi madre siempre ha sido drogadicta, así que cuando estaba en Australia me presentaba en la oficina de la Seguridad Social y pedía un subsidio. Tenía que a ir a terapia y mi madre me decía: Diles que soy una yonqui y así no tendrás que buscarte las castañas. Éramos como parásitos que vivíamos del Gobierno. Fue muy duro crecer en ese ambiente. De vez en cuando encontraba un trabajo. Curré en el McDonald’s y en algún call center, y durante una época limpié cacas de pájaros en un hangar. Las palomas se cagaban por todas partes y yo tenía que restregar bien el suelo para quitar la mierda. Cuando estaba en Londres trabajé en algunas librerías muy chulas. Pero en Tasmania vivía de las ayudas del Gobierno y gracias a eso pude dibujar. Todos mis amigos hacían lo mismo. Nos lo pasábamos bien. En cualquier caso, estoy muy contento de que mis cómics hayan triunfado y pueda vivir de ello. Me siento muy afortunado, no todo el mundo lo logra.

Una página de esta quinta entrega de la serie de Megg y Mogg. Una página de esta quinta entrega de la serie de Megg y Mogg.

Una página de esta quinta entrega de la serie de Megg y Mogg. / D. S.

-El sexo tiene una gran importancia en su obra, especialmente el que se aparta de los clichés.

-El sexo es algo aterrador, extraño y visceral. Pero en los libros no pretendo hacer una declaración de principios, sólo quiero que Megg y Mogg puedan ser queer de forma natural. Los personajes no se plantean su sexualidad, simplemente hacen lo que quieren. Werewolf Jones es omnisexual, se follaría a cualquiera sin remordimientos. Quiero que cuando la gente lea mis cómics vea a los personajes haciendo lo que les da la gana y se sienta mejor con su propia sexualidad, sin estresarse por ello. En mi obra también aparecen muchas cacas y la gente piensa que son chistes escatológicos, pero en realidad estoy hablando del miedo a estar vivo. Todo esto es mi manera de hacer que las cosas avancen y se empiecen a aceptar. No me gustan los tebeos que son abiertamente políticos, ni sentir que me están diciendo lo que tengo que hacer. Hay mucho activismo en los cómics de Estados Unidos. No se preocupan por entretenerte o contarte una historia, no conectan a los personajes entre sí. Sus autores sólo quieren decirte cómo deberían ser las cosas. Yo muestro cómo me gustaría que fueran, pero lo hago sutilmente a través de los protagonistas. No quiero hacer algo político.

-¿Cuándo comenzó usted a travestirse?

-Con 5 años empecé a experimentar. Siempre me he sentido atraído por lo femenino. En Tasmania la homosexualidad era ilegal hasta 1997. Los gays tenían muchísimo miedo de confesar que lo eran. Yo no le conté a nadie que me gustaba travestirme hasta que cumplí 30 y todavía me pongo nervioso cuando salgo a la calle vestido de mujer. A veces se me quedan mirando y me gritan. Me preocupa que me agredan. Aún no me siento completamente libre. No mola nada que unos niños se rían de ti. Que les den, vale, pero duele. Es una lucha constante. Aun así, tengo esperanza en el futuro.

-¿Cómo se describiría?

-Como un chiflado [se ríe]. No, en serio, soy un simple dibujante, un tipo que hace cómics. Un poco maníaco, un poco loco, un poco raro. Como todo el mundo.

-Si su casa empezara a arder, ¿qué intentaría salvar?

-A los conejos. He comprado una caja fuerte anti incendios donde guardo todo mi trabajo, así que eso no se perdería. Ahí está casi todo lo que he dibujado, y con suerte, si vivo otros 30 años, en el futuro podré venderlo y tener una jubilación decente. Así que lo primero, los conejos, y lo segundo, la caja fuerte. El resto, ¿a quién le importa?

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