Danza | Teatro Central

Arte y vida se funden en 'All the good'

  • El polifacético creador belga Jan Lauwers, al frente de la célebre Needcompany, regresa este fin de semana al Teatro Central con su último espectáculo, 'Todo lo bueno'

Jan Lauwers, artista plástico además de actor y director de escena, ha realizado una auténtica instalación en el escenario con decenas de objetos de vidrio soplado de Hebrón.

Jan Lauwers, artista plástico además de actor y director de escena, ha realizado una auténtica instalación en el escenario con decenas de objetos de vidrio soplado de Hebrón. / Maarten Vanden Abeele

El próximo fin de semana, los días 8 y 9, el Teatro Central recibirá de nuevo a la Needcompany, o lo que es lo mismo, al conocido creador belga Jan Lauwers. Director de escena y de cine, coreógrafo y artista plástico, Lauwers mantiene una larga y satisfactoria relación con la ciudad de Sevilla, adonde llegó después de pasar por el desaparecido Festival Internacional de Teatro de Granada y en la que, a lo largo de los años, ha podido presentar algunos de sus espectáculos más emblemáticos.

Entre estos, La habitación de Isabella (2006), un trabajo absolutamente inolvidable que le serviría luego como tarjeta de presentación, La casa del ciervo o Le poète aveugle (El poeta ciego), una pieza que encontró inspiración en la cultura arábigo-andaluza, y más exactamente, en la mezquita de Córdoba y en la figura del sabio Averroes. Ya en 1991 la Needcompany había llevado a cabo una coproducción con el Centro Andaluz de Teatro, Invictos, en la que participaron algunos intérpretes sevillanos.

Ahora, un año y medio después de traernos su Guerra y trementina, llega de nuevo para presentar su última obra, All the good, estrenada el pasado mes de agosto en la Ruhtriennale, en la antigua sala de máquinas de la mina de carbón de Gkadbeck. Difícil de etiquetar, como todos sus trabajos, en esta pieza -teatro, danza, concierto, conferencia…- el director belga ha reunido en el escenario a su familia real (además de su compañera Grace Ellen, en esta ocasión están también sus hijos adultos, Romy y Victor Lauwers) y a su familia teatral para mostrar un poco de ese controvertido mundo en que nos ha tocado vivir.

La acción tiene lugar en algo que podría ser el taller de un artista, donde cada uno de los personajes, a veces de forma juguetona y tierna, a veces violenta y obscena, se interpreta a sí mismo -a excepción de Lauwers, que en esta ocasión está encarnado por Benoît Gob- y se desnuda por completo, dejando al espectador sumido en la incertidumbre de no saber nunca dónde se encuentran los límites entre la realidad y la ficción.

"No podemos perder la fe en la capacidad que tiene el ser humano para reinventarse", exhorta Jan Lauwers

Junto a los intérpretes habituales de la compañía, como el compositor Maarten Seghers, autor de la música que proporciona a la velada su recorrido rítmico y emotivo (y que también encarna en ella a un zorro y a un cuervo), en All the good aparecen también personajes nuevos, como Elik Niv, un ex soldado de élite israelí que, tras haber participado en una misión secreta en el Líbano, haber luchado contra Hezbolá y haber matado a once personas, se ha convertido en bailarín y en el novio de Romy; o como el palestino Mahmoud, uno de los últimos sopladores de vidrio de Hebrón, a quien Lauwers conoció en uno de sus viajes y que no aparece personalmente sino a través de los 800 objetos de cristal realizados para la compañía y que constituyen el principal elemento escenográfico de la obra. 800 esferas -para algunos bolas de un gigantesco árbol de Navidad, para otros las denominadas lágrimas de Alá- que se rompen con facilidad, dejando constancia de que la fragilidad va unida irremediablemente a la belleza.

La danza es uno de los ingredientes de la pieza. La danza es uno de los ingredientes de la pieza.

La danza es uno de los ingredientes de la pieza. / Maarten Vanden Abeele

En esta inquietante velada teatral de dos horas de duración irá surgiendo una infinidad de historias y de argumentos, ya íntimos ya sociales, desde las prácticas sexuales de la joven Romy y su novio israelí o el terrorismo islámico hasta los enigmas que se desprenden de algunos personajes femeninos de la historia -como Artemisia Gentileschi- o de obras pictóricas tan célebres como El descendimiento de Rogier Van der Weyden.

Decenas de argumentos que se van entremezclando de forma aparentemente caótica y en los que casi siempre subyace el tema de la identidad. Aunque solo sea porque los intérpretes de la Needcompany proceden de siete nacionalidades distintas y se expresan en lenguas diferentes. El propio creador afirmó a este medio en una de sus numerosas visitas a Andalucía que "las identidades, individuales o colectivas, se entrecruzan continuamente; cuando se escarba en cualquier identidad aparecen numerosas capas y muchas coincidencias".

Ciertamente, esa tensión entre el individuo y los colectivos que lo incluyen, empezando por la familia, sigue siendo, el núcleo de las complejas creaciones de Lauwers y de ese grupo de artistas con cuya complicidad ha adquirido una innegable maestría a la hora de crear ese espectáculo total y sin fronteras que muchos persiguen. Un teatro hecho de palabras, de música, de danza, de artes visuales y plásticas -no olvidemos que Lauwers es también, por formación y por vocación, un artista plástico- y, sobre todo, de unos intérpretes dispuestos a arriesgar su propia personalidad. Porque, como también ha repetido el creador en distintas ocasiones, "mis obras están hechas por seres humanos que hemos logrado una buena convivencia a pesar de las guerras y las catástrofes que nos rodean. Y eso hace que mis trabajos, aunque sean duros, estén llenos de optimismo. Porque no podemos perder la fe en esa capacidad que tiene el ser humano para redefinirse una y otra vez".

La Needcompany fue fundada por Jan Lawers y por su compañera, la bailarina y coreógrafa Grace Ellen Barkey, en un ya lejano 1986, tras militar ambos en el colectivo surgido en 1981 Epigonentheater ziv.

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