Síndrome expresivo 26

La 'neolengua' y los dictadores: La ignorancia es la fuerza

Charles Chaplin, en 'El Gran Dictador' Charles Chaplin, en 'El Gran Dictador'

Charles Chaplin, en 'El Gran Dictador'

Hoy la realidad nos exige detenernos a analizar uno de los síndromes expresivos más repetidos a lo largo de la historia: la manipulación del lenguaje o la neolengua, como la definió George Orwell en 1984. Desgraciadamente, parece que la ciencia no ha hallado la cura, ya que los estragos producidos por este trastorno no se circunscriben a una época particular o a una zona concreta del planeta. Me refiero al poder de la lengua como instrumento al servicio de una determinada ideología, al establecimiento de una imagen monolítica y cerrada de la existencia. El problema central no es la invención de un lenguaje manipulado y sesgado por los de arriba, sino la asimilación de esos postulados hilarantes y descabellados por una población desarmada de cultura y espíritu crítico.

Algunos lectores recordarán estos días la célebre soflama de Charles Chaplin en El gran dictador en defensa de la libertad individual y el conocimiento para disfrutar de una vida plena: “Os esclavizan; reglamentan vuestras vidas y os dicen lo que debéis hacer, pensar, sentir. Os barren el cerebro, os ceban, os tratan como a ganado”. Como comentaba anteriormente, el problema es doble: aceptemos como lógico que la clase dirigente pretenda vaciar las mentes de los ciudadanos en beneficio propio, pero lo más sangrante es que, en el siglo XXI, aún nos empeñemos en arrinconar a los que luchan por que los jóvenes (y ya maduritos) no caigan en la trampa de la mentira y la manipulación descarada.

Un tal Benito Mussolini ya se dio cuenta de que la fórmula mágica para contar con un séquito infinito de gargantas sedientas de venganza era denostar, humillar y ridiculizar a todos aquellos inútiles empeñados en difundir el pensamiento independiente: “Los filósofos sabrán resolver diez problemas en el papel, pero son incapaces de resolver uno solo en la realidad de la vida”. Enclenques, inútiles, raquíticos, débiles, frágiles, afeminados, pusilánimes, lunáticos, cobardes, asustadizos. Hombres de letras improductivos y enredados en una madeja de teorías y conceptos sin utilidad práctica. En definitiva, reflexión y vida como conceptos incompatibles.

Dominemos al pueblo a través de las palabras. Inculquemos una serie de axiomas fáciles de asimilar y lograremos la entrega absoluta de millones de fieles a la causa patriótica y justiciera. “Profesor, no creo que sea tan sencillo engañar a una sociedad desarrollada y moderna. Vivimos en un mundo globalizado, donde las oportunidades de conocimiento y el acceso a la información son casi ilimitados”. “No, querido alumno. No estés tan seguro. Solo hay que darse una vuelta por nuestro presente y pasado cercano para constatar que no terminamos de aprender la lección”.

Francisco Javier Pérez, secretario de la Asociación de Academias de la Lengua Española, nos advierte de la destreza del dictador bolivariano, Hugo Chávez, para cambiar a su antojo el significado de las palabras. A este proceso lo define como resemantización. Más o menos es lo siguiente: como soy un patriota (valiente, enérgico, defensor de los valores eternos del perfecto venezolano) debéis seguir al pie de la letra mis proclamas. Aquí, el dictador juega con los diferentes niveles de la lengua y con una puesta en escena espectacular y cercana para convencer al pueblo desvalido de la llegada del salvador uniformado. Maldito imperialismo.

Poco o nada ha inventado el antiguo espía de la KGB cuando, sin ruborizarse ni mover un músculo de la cara, ha justificado la invasión militar en Ucrania con la cínica sentencia: “Tareas de mantenimiento de la paz”. Otro enviado por la divinidad para salvar las almas del sufrido y vejado pueblo ruso en justa y desigual batalla contra las fuerzas del mal. Tanto es así que concluye su declaración de guerra con un llamamiento directo al corazón de los compatriotas: “Creo en vuestro apoyo, en esa fuerza invencible que nos da nuestro amor a la patria”. Tal vez las referencias continuas a la singularidad de un pueblo hayan sido una de las causas históricas de miles de muertos. En España algo sabemos del tema.

Nada nuevo bajo el sol: controlemos los medios de comunicación, apelemos a la reserva espiritual de nuestra estirpe sagrada y, por supuesto, modelemos las mentes de los ciudadanos desde sus primeros pasos y carreras en los centros educativos vigilados y controlados por el Estado. En este punto, el maestro de la divulgación histórica, Juan Eslava Galán, nos relata en su última obra, Enciclopedia nazi, un pasaje demoledor (humorístico, si no fuera cierto), donde se describe el lavado sistemático de cerebro al que sometían los jerarcas nazis a las nuevas generaciones: “El adoctrinamiento nazi comenzaba por el Kindergarten. Enseñaban a leer en cartillas donde a la letra h correspondía un dibujo de Hitler, Himmler o Hess; a la k, un cañón (Kanone), piloto de caza (Kriegerpilot) o camarada (Kamerad); a la p, un tanque (Panzer)...”.

¿Se puede superar?

Imaginemos que los políticos de todos los pelajes y discursos mesiánicos sellaran un pacto inquebrantable para educar a los ciudadanos en el amor al conocimiento y a la defensa del espíritu crítico. Soñemos con que las familias pelearan cada día por que sus hijos honrasen el esfuerzo de investigadores, científicos, historiadores, compositores, filósofos, escritores y profesores. Juguemos a las utopías y recreemos una sociedad en que la verdadera cultura no sea un negocio en manos de dos o tres empresas. Fantaseemos con que el pueblo valore el conocimiento como el único camino para la libertad, la paz y la convivencia entre los seres humanos. Benditos verbos conjugados en primera persona del plural: imaginar, soñar, honrar, jugar, recrear, fantasear… y conocer.

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