Rialto, 11 | Crítica

Mi hermosa librería

  • La sevillana Belén Rubiano narra en su debut como novelista la historia de su desaparecido comercio y de las gentes que lo frecuentaron

La antigua librera y ahora escritora Belén Rubiano (Sevilla, 1970).

La antigua librera y ahora escritora Belén Rubiano (Sevilla, 1970). / Belén Vargas

Tras la ola surfera de títulos como 84, Charing Cross Road (Anagrama) de Helene Hanff , La librería (Impedimenta) de Penelope Fitzgerald y La librería ambulante (Periférica) de Christopher Morley, aparece ahora este nuevo libro de género publicado por Libros del Asteroide: Rialto, 11.

Que nadie dé un respingo. Entiéndase la expresión libro de género para señalar que la temática de índole libreril ha llegado a formar ya un género literario propio, que suele tener además el favor de críticos y lectores. A los títulos citados podemos añadir otros tantos como Rue de L'Odeon de Adrienne Monnier (Gallo Nero), Memorias de un librero de Héctor Yánover (Trama), La librería de los escritores de Mijail Osorguin (Sexto Piso) o el cómic Los sucesos de la noche de David B. (Norma).

En Rialto, 11 se narra el feliz alumbramiento de una librería sevillana y su posterior óbito. Su autora, Belén Rubiano, fue la dueña de aquel establecimiento, situado por aquel entonces en un espacio esquinero de la plaza Padre Jerónimo de Córdoba, más conocida aún hoy como plaza del Rialto, en recuerdo de los viejos cines Rialto.

La pequeña sacristía de los libros daba también a la calle Jáuregui, que debe su nombre a un poeta, erudito y pintor del Siglo de Oro, el sevillano Juan de Jáuregui. Hoy por hoy el espacio de la librería Rialto es parte de un negocio originalísimo: un restaurante. Y justo enfrente se alza ahora la estatua del recordado saetero y cantaor Pepe Perejil, a quien le deseamos repose en la eterna paz del cielo, pese a habernos martirizado con sus chillidos a los que no somos muy del cante a las sevillanas maneras.

Si desmenuzamos el paisaje urbano de la librería Rialto es porque dicho enclave cuenta mucho en la narración. Para el viandante una librería con ventanas a la calle suele ser como una urna invitadora y selectiva a la vez. Un escaparate con libros viene a ser también una manera de jugar a atravesar los espejos, como se dice en Alicia en el País de las Maravillas.

Belén Rubiano se forjó en el oficio en una librería de la cadena Beta, fundada por un matrimonio procedente de la vieja Castilla. En el mundillo de comerciales, distribuidores y editoriales tuvo fama la mítica inflexibilidad de su gerente, "la señora de Burgos", como la llama Rubiano. Quien no la haya conocido en persona no sabe lo que se ha perdido.

De estos años surgen las primeras anécdotas de la futura librera, que es lo que de inicio a fin da su buen mejunje a Rialto, 11. Entre ellas, la de un viejo no muy docto al que le tocó la lotería y decidió leerse la biblioteca de clásicos de pasta azul de Gredos. O la sirvienta que amó, gracias a Belén Rubiano, la obra de Jane Austen en una edición de Cátedra. Igualmente se da cuenta de una actividad muy floreciente en toda librería: el hurto. Señoronas del pudiente barrio de Los Remedios solían prodigarse en las artes de la cleptomanía.

Tiempo después llegará el momento de limpiar, fijar y dar esplendor al sueño y la viva llamita. Rubiano montará su propia librería, que cerrará en el analógico año de 2002. Todavía no existían Amazon ni el e-book. Las redes sociales, como toda la era digital, aún no habían eclosionado sobre la bola cerebral y cognitiva del mundo. En el antiguo régimen una librería sugería la sensación de que el propio mundo aún tenía fijeza.

Después, eso sí, vendrían las grandes cadenas libreras, como La Casa del Libro. Se recuerda aquí la anécdota sin par de doña Carmen Calvo, la hoy vicepresidenta del Gobierno en funciones y por entonces consejera de Cultura de la Junta de Andalucía. A la muy preclara no se le ocurrió otra cosa que decir en la inauguración que gracias a La Casa del Libro los andaluces ya no teníamos que coger el AVE para ir a Madrid a comprar libros. Nadie ha vindicado más la figura del librero sevillano que la nueva Carmen de España.

Rialto, 11 está escrito con humor, nostalgia y saludable desapego a la vez. Desfila por aquí un gran bestiario humano. A saber: una pedigüeña salida del cervantino Patio de Monipodio, un atracador, locos de variada laya, un físico que quería demostrar que la tierra era plana, un joven ganador del Premio Planeta, madres que robaban Biblias en época de primeras comuniones, etcétera.

Célebre se hizo durante un tiempo la pizarrilla que Rubiano solía colgar en la entrada de su librería. La pizarra hacía la vez de diccionario de citas y de almanaque. Para evitar la visita de gente cargante o tronada, la pizarra avisaba con una cita prestada de Eduardo Galeano. "Si no tiene nada que hacer, por favor no lo haga aquí". Algo similar a lo que a muchos nos sedujo a comprar una camiseta con el lema "Por favor, no me cuente su vida".

Sugiere Rubiano que podría volver a retomar su profesión-vocación de librera. Recuerda, dicho sea de paso, sus colaboraciones en los primeros números de la revista Mercurio, la misma revista que ahora, en abril de 2019 (y tras más de 20 años de vida), echa el cierre. Pero hay cierres que, como los anhelos y ciertas portañuelas, tienden a abrirse de nuevo. Quién sabe.

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