De libros

Currantes e intelectuales

  • Impedimenta publica el último trabajo de traducción de Félix Romeo, un ensayo ameno y divertido en el que la italiana Daria Galateria recorre los "otros oficios" de los escritores.

Trabajos forzados. Daria Galateria. Trad. Félix Romeo. Impedimenta. Madrid, 2011. 208 páginas. 18,95 euros

Frente a lo que imaginan muchos de quienes desean, un tanto ingenua o nada ingenuamente, dedicarse a la escritura, la profesionalización de las letras es un fenómeno relativamente reciente, relacionado con el reconocimiento de los derechos de autor, la expansión del hábito de la lectura y el surgimiento de toda una constelación de periódicos y revistas que favorecieron la demanda de ficciones por parte de un público cada vez más amplio, que permitió a los editores retribuir dignamente –o no– a los contadores de historias. Puede que en el futuro inmediato este orden de cosas se vea alterado, aunque todo apunta a que no serán los escritores los más perjudicados por la irrupción de los nuevos soportes, e incluso hay quienes piensan que la eliminación de intermediarios se traducirá para aquellos –ya es así, de hecho– en un aumento de las regalías y de los ingresos por obra publicada.

En todo caso, no es nada fácil, incluso en nuestro tiempo, vivir de la literatura. Carmina non dant panem, escribe la autora de Trabajos forzados, o dicho en romance, “los poemas no dan el sustento”. Ello era más cierto en la primera mitad del siglo XX, “antes de que el Estado mecenas comenzara a ofrecer a los intelectuales variadas prebendas”, y a este periodo pertenece la gran mayoría de los autores cuya trayectoria laboral ha recogido la profesora y ensayista Daria Galateria, en un libro ameno, divertido e inteligente que por su tono irónico y bienhumorado y por la estructura de breves estampas recuerda a las Vidas escritas de Javier Marías. En un ingenioso marcapáginas, el editor de Impedimenta ha dividido a los escritores que comparecen en el ensayo de Galateria, entre los que no figura ningún autor español o hispanoamericano, en seis expresivas categorías: buscavidas, bon vivants, animales políticos, burócratas atormentados, engranajes del sistema y fugitivos y correcaminos.

¿Quiénes son esos escritores? Por las páginas de Trabajos forzados desfila una variada representación de los oficios más insospechados, algunos de subsistencia y otros no tanto. Gorki trabajó como pinche de cocina. Jack London, entre otras muchas ocupaciones, estuvo embarcado en un barco ballenero. Dashiell Hammett ejercía como detective privado y Raymond Chandler como contable. Svevo era un industrial de éxito. T. S. Eliot, empleado de banca. Orwell fue policía en Birmania y friegaplatos en Londres. Bukowski trabajó bastantes años como cartero. Kafka era agente de seguros. Bruce Chatwin estuvo empleado en la casa de subastas Sotheby’s. Colette, la única mujer de la colección, abrió un salón de belleza. Son sólo algunos de los autores retratados en una colección de estupendas viñetas que se leen como relatos de ficción. La conclusión de Galateria es que muchos de ellos, aunque aparentemente celosos de los colegas que podían permitirse no trabajar en otra cosa que sus libros, ganaron al ejercer oficios no literarios. De hecho, en ocasiones, cuando tuvieron la oportunidad, incluso desistieron de dedicarse exclusivamente a la escritura.

La serie, como decíamos, no incluye a ningún escritor en castellano, pero no sería difícil montar un libro similar con ejemplos análogos –y no menos pintorescos– referidos a nuestra literatura. Sólo con los escritores diplomáticos del continente hermano podrían hacerse unos cuantos volúmenes. En España ha solido decirse que fue Blasco Ibáñez el primer escritor que pudo vivir desahogadamente de la literatura, y algún tiempo después la liquidez de Cela, que gustaba además de pregonarla, era leyenda en el menesteroso Madrid de la posguerra. Sin contar a los profesores universitarios o a quienes sobrevivían gracias a las colaboraciones editoriales o periodísticas, no han sido pocos los autores que han debido ejercer “otros oficios” para ganarse la vida. Por limitarnos a la generación del medio siglo, Juan Benet trabajó siempre como ingeniero, Luis Martín Santos era un reconocido psiquiatra, Juan García Hortelano y Ángel González fichaban como funcionarios del Estado y Jaime Gil de Biedma ejercía de ejecutivo en la compañía familiar de tabacos. En un poema justamente célebre, este último se describió a sí mismo y a sus compañeros de grupo como “señoritos de nacimiento / por mala conciencia escritores / de poesía social”. No iba desencaminado.

Post scriptum: La traducción del ensayo, excelente, corre o corrió a cargo de Félix Romeo, a quien no es difícil imaginar pasándolo en grande, mientras buscaba las palabras para trasladar al castellano la jugosa colección de anécdotas acopiadas por Galateria. En relación con los trabajos forzados, un buen amigo del traductor, el periodista y escritor Sergio del Molino, ha consignado en su blog una reveladora confidencia de Romeo: “Los que no tenemos fortuna ni mecenas tenemos que entender la escritura como un trabajo físico. Otros pueden permitirse el lujo de vivir esto como un capricho bohemio, pero nosotros tenemos que dedicarle mucho esfuerzo y llenar muchas páginas. Somos currantes, hostia, currantes, nada de intelectuales”.

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