Paul Auster | Escritor

"Hemingway y Conrad no habrían sido los mismos sin Stephen Crane"

  • El autor publica 'La llama inmortal de Stephen Crane', un monumental y minucioso acto de amor hacia un autor "en la sombra" que merece, sin embargo, figurar en la misma balda que "Melville, Poe, Henry James o Hawthorne"

Paul Auster (Newark, 1947), en su casa de Nueva York, en el barrio de Brooklyn.

Paul Auster (Newark, 1947), en su casa de Nueva York, en el barrio de Brooklyn. / M. G.

En septiembre de 2017, hace casi exactamente cuatro años, de visita en España para promocionar 4 3 2 1, una novela que parecía responder a esa suerte de prueba autoimpuesta para tantos narradores estadounidenses que consiste en intentar atrapar esa legendaria ballena blanca que es la Gran Novela Americana, Paul Auster le confesó a su editora en España, Elena Ramírez, que andaba ya trabajando en un libro muy diferente. Uno que le permitiría "descansar de la ficción" y que además, tras el esfuerzo de dar a imprenta las casi mil páginas de la citada novela sería "breve". Y digamos que lo ha cumplido... a medias, porque La llama inmortal de Stephen Crane (Seix Barral), de minuciosidad abrumadora, roza de nuevo el millar de páginas. Este jueves, vía Zoom desde su casa de Brooklyn, Auster ha mantenido una distendida charla con varios medios de comunicación españoles sobre los motivos que le llevaron a escribir esta monumental declaración de amor y admiración hacia el autor de La roja insignia del valor.

"Esencialmente hay [en ella] dos libros o dos esfuerzos", dice Auster sobre su nueva obra, que –en una elocuente muestra de la afectuosa y fiel relación que ha tenido siempre el autor con los lectores de España– ve la luz en nuestro país antes incluso que en Estados Unidos, donde tardará aún dos meses en ser publicada. "Por un lado, me propuse contar la vida de Crane con la mayor verdad y precisión posible. Y por otro lado, dado que no me ha gustado nunca la crítica académica, que me parece soporífera, quise explicar cómo se siente uno leyéndolo, cómo resulta la experiencia de sumergirse en sus novelas, relatos, poemas, artículos periodísticos... Se trataba más de eso que de una investigación como tal", explica.

Ha apuntado Rodrigo Fresán, certero como acostumbra, que a priori lo fácil, lo lógico, atendiendo al tono del conjunto de su obra, habría sido dar por sentado que Auster era más afín –si acotamos el ámbito de la devoción a las letras americanas del XIX– a Nathaniel Hawthorne, más "hermético y recluso", que a Crane, al fin y al cabo considerado un maestro del realismo. Fruto de su atracción por los ambientes lumpen –en este sentido, la miseria económica con la que tuvo que lidiar toda su corta vida resultó amargamente propicia– el autor (Newark, 1871-Badenweiler, Alemania, 1900) publicó la novela Maggie: una chica de la calle (1893), que en su día escandalizó por su crudeza y hoy es considerada una piedra de toque del naturalismo americano. Aunque su obra más conocida –en Estados Unidos sigue apareciendo entre las lecturas obligatorias de los institutos– es La roja insignia del valor (1895), donde recreó el horror de la guerra –de la Guerra Civil estadounidense, en concreto– de manera inmisericorde y –tal vez aquí resida su gesto más cercano a la modernidad literaria entonces aún por llegar– con un penetrante enfoque psicológico sobre los efectos del miedo. Pero también escribió abundante poesía, que él a veces llamaba simplemente líneaslines–, una faceta de su obra "radical y extraña que hace que muchos autores de vanguardia de la actualidad lo tengan por un precursor", y en la que, por cierto, con cierta frecuencia se vislumbra claramente su admiración por las pinturas de Goya. Y trabajó –"por mera necesidad económica", apunta Auster– como periodista y corresponsal de guerra. A Crane, que murió de tuberculosis sin haber cumplido 29 años, no le quedó tiempo de aburrirse, en fin.

"Fue uno entre un millón, un genio. Lo admiro tanto porque hizo muchísimas cosas de las que yo jamás me vería capaz", dice Auster (ratificando, en gran medida, la observación de Fresán). "Mi escritura no tiene nada que ver con la suya; yo cuento historias, mientras que Crane fue un fenomenólogo extraordinario, tenía el talento de ver cosas que a la mayoría de nosotros se nos escaparían, y por supuesto el don de transformar esas percepciones en un lenguaje hermoso y potente", añade el autor de La Trilogía de Nueva York, Leviatán o La música del azar. "No es que sea nadie; es alguien, es un nombre, pero no tiene peso", prosigue el autor, convencido de que Crane merece estar en la misma categoría que incuestionables del canon como "Poe, Melville, Henry James o Hawthorne". "Crane no es invisible –sigue–, de hecho La roja insignia del valor no ha dejado de editarse desde que se publicó, lo cual puede decirse de muy pocas obras, pero sí que es una especie de sombra, y yo quiero sacarlo de ahí. Murió tan joven que no pudo siquiera forjarse una posición".

Para Auster, la huella de Crane en la literatura del siglo XX queda patente en la obra de Hemingway, James y Conrad. "Hemingway no habría sido el mismo sin Crane. Ni Conrad. Crane fue el primero en desechar toda la parafernalia que hacía que las novelas del XIX fueran tan grandilocuentes, con esas eternas descripciones de paisajes, de ropas, de muebles, de todo. Él iba a lo esencial, y su escritura impactó e influyó muchísimo a Hemingway. Tampoco Conrad habría sido el mismo sin él. Fueron hermanos literarios, y eso es muy difícil, lo sé bien, es muy rara una amistad tan honda entre escritores. Creo que el estilo de Crane influyó mucho a Conrad. Incluso se especula, y yo creo que hay pruebas, con que Lord Jim hasta cierto punto se escribió bajo la influencia de esa amistad; no digo que Jim sea Crane, pero sí que Conrad usó pedacitos de Crane para componer a Jim. También tuvo muy buena relación con Henry James, al que llamaba el maestro o el viejo. Su relación era un poco como la de un tío y su sobrino alocado. Y el mayor, James, pensaba que Crane iba a ser el futuro de la literatura americana".

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