La sombra de nombrar | Crítica

Palabra viva

  • El poeta gaditano José Ramón Ripoll reúne en la antología 'La sombra de nombrar' su obra poética desde su primera publicación en 1984 hasta la actualidad

El poeta José Ramón Ripoll (Cádiz, 1952).

El poeta José Ramón Ripoll (Cádiz, 1952). / Bernardo Sancho

Desde sus primeras publicaciones, a finales de los 70, el poeta gaditano José Ramón Ripoll se ha mantenido fiel a su visión de la poesía como un instrumento válido de indagación personal. Sin dejarse llevar por tendencias ni modas ha ido modelando una trayectoria poética personalísima en la que ha elegido no apartarse del camino propio, ese que le dicta su pasión por la vida y por los vivos, una pasión llena de matices, de encuentros y desarraigos.

La antología La sombra de nombrar recoge su poesía desde 1984 hasta la actualidad en una selección del propio poeta. Diez poemas nuevos certifican la vitalidad de un autor que ha conseguido ceñirse a sus propios intereses y que siempre ha apelado al lector desde la honda sencillez de sus versos. Es por tanto ésta una antología personal que marca un itinerario preciso, que desvela una senda de reconocimiento y autoconocimiento. Desde este punto de vista, puede leerse este volumen como un libro único y coherente.

Para Ripoll la poesía implica la búsqueda de la belleza, pero no solo es eso. El autor la eleva a más altos designios y la revela como llave del pensamiento. La palabra se erige como fuente inagotable de posibilidades para explicarse el mundo, pero es también, al nombrarlo y recrearlo de una determinada manera, un muro infranqueable que impide a veces la aprehensión precisa de la realidad. El autor se interroga sobre las posibilidades de la poesía, de la palabra, para desvelar el verdadero rostro de esa realidad inevitablemente cambiante y en esta antología rastreamos esa búsqueda constante que ha marcado su trayectoria literaria, desde los poemas del primer libro antologado, El humo de los barcos (1984) al puñado de inéditos que cierran la selección.

Su rendida devoción por el arte, por la literatura, por la música, de la que ha sido ferviente divulgador durante años, despunta en muchos de estos versos. Pero el arte en la voz del poeta puede ser una flor fragante y tersa, quizás una flor deshojada, pero nunca muerta. La música, la poesía tienen para él la hiriente capacidad de transformar el mundo, quizás no siempre para que seamos más felices, pero sí siempre para que seamos más conscientes, más lúcidos.

"Cuando tocan la aguas los arcángeles / la vida se desboca y una sonrisa inunda / el arbitrario gesto de los atardeceres", canta el poeta en el poema Épica. El autor nos presenta el momento preciso de la revelación. El mundo se detiene en ese instante y es posible que una ráfaga de verdadera vida penetre en nuestras conciencias.

Portada de la antología. Portada de la antología.

Portada de la antología. / D. S.

Para el poeta la poesía es descubrimiento, el pensamiento la vía del autoconocimiento, la palabra el destino trágico, la verdad gozosa. Esa doble faz de la palabra –su poder para redimir y para ocultar– se desvela como una constante en su obra a lo largo de los poemas incluidos en esta antología. El autor insiste en la necesidad de despojarse de todo artificio para hallar la verdad de ser él mismo, como queda extraordinariamente formulado en estos versos del poema Súplica, incluido en su último libro publicado, La lengua de los otros (2017): "Fórjame sin la hoguera que da calor al habla / y entre las llamas configura / la razón de la lengua".

Encontramos en La sombra de nombrar imágenes recurrentes que evidencian la continuidad y la fuerza de una voz propia y poemas que dialogan entre sí, como ocurre con Quien mira de Niebla y confín (2000) –"Ese espejo que me llama y me confirma / otra vez en un cuerpo que no es mío"– y uno de los inéditos incluidos en el libro, Espejos en un bar: "Al fondo surge otro, / otra imagen que ya no es de ninguno". La voz poética de Ripoll está también conformada por el recuerdo de lo vivido y son esos recuerdos señal inequívoca de un bagaje vital intenso, de un constante aprendizaje: "La voz de la memoria nos redime del pozo / donde las piedras caen junto al silencio espeso" (La piedra y la memoria).

El poeta vive, para bien y para mal, con los ojos bien abiertos. Su mirada atenta, sus silencios elocuentes, conforman una forma de estar en el mundo, a veces solemne, a veces divertida. Pero la poesía insiste en presentársele como compañera insoslayable y él la acepta con conocimiento, asumiendo las inevitables consecuencias de una rendición incondicional: "Vienes aquí para insistir / en los acordes de una música / que sin cesar nos crea y nos destruye / en su propio sonar" (Fui piedra).

En los diez poemas que cierran la antología, Ripoll muestra sus maneras de poeta maduro cuya voz está más fresca que nunca. Alejado el miedo, el hombre, el poeta que se conoce, vuela libre, como en la hermosa serie de haikus que conforman el poema Del tiempo y la luciérnaga –"Luna de nieve, / ilumina mi sombra, / que nunca es siempre"–, y formula una promesa –"Por el tesón de esa punzada aún te cobijo" (Círculo de nieve) – que quizás se haga realidad en una próxima entrega.

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