De libros

Koestler: un viajero del XX

  • Lumen publica las memorias de un entusiasta partícipe de las grandes pasiones que atronaron el pasado siglo

Memorias. Arthur Koestler. Lumen. 943 páginas. 34,90 euros (e-book, 21,99 euros).

Se recogen en este libro los dos volúmenes de memorias que Koestler escribió a primeros de los 50 en su exilio londinense: Arrow in the blue y The invisible writing. Para muchos lectores, Koestler fue, simplemente, el espléndido divulgador científico de Los sonámbulos, libro riguroso y brillante, de una grave hermosura, sobre los orígenes y la evolucion de la cosmología. Sin embargo, Koestler fue también el autor de El cero y el infinito, lo cual supone, en el mundo esquizófrénico y ardiente de la Guerra Fría, una inequívoca decantación hacia el lado occidental de la balanza, y ello por un antiguo miembro del PC alemán, buen conocedor del bloque soviético y periodista condenado a muerte por las tropas franquistas en la Guerra Civil española. Dicho de otro modo, Koestler fue uno de los grandes traidores al estalinismo, cuando el estalinismo aún conservaba un aura de eficiencia igualitaria, de liberación popular, cruelmente desmentida por la Historia.

Hobsbawm, el centenario historiador británico, ha escrito en más de una ocasión que algún día, no muy lejano, seremos conscientes de la profunda locura en la que vivió el planeta en la posguerra mundial. Sobre esa base hay que leer las páginas de estas Memorias. Memorias, por otra parte, que trascienden y mucho lo personal, y que dan la medida de la espantosa deriva de su siglo. Si hemos titulado así estos párrafos es porque Koestler fue privilegiado testigo, entusiasta partícipe, de las grandes pasiones que atronaron el siglo. Exceptuando la pasión identitaria del fascismo, podemos decir que este húngaro errante frecuentó los grandes movimientos de aquella hora: el sionismo, el psicoanálisis, el comunismo, la vocación científica y el oficio periodístico. Así, Koestler marcha a Palestina llamado por el sionismo; corona el Polo Norte montado en zeppelin; atraviesa la URSS a primeros de los 30 y da con su menguado cuerpo, primero en una cárcel de Sevilla y luego en un campo de concentración francés. Antes de cumplir cuarenta años, Koestler será un exiliado. Pero un exiliado que ha visto el crecimiento del fascismo en Berlín, y la ominosa jerarquía soviética extendiéndose sobre una población temerosa y hambrienta.

El indudable interés de estas páginas, al margen de consideraciones literarias, es éste de pertenecer a un testigo de primera mano. Sin duda, El mundo de ayer de Zweig, La montaña mágica de Mann, La marcha Radetzky de Roth, las Confesiones de un burgués de Márai, son documentos imprescindibles para contemplar el estrepitoso derrumbre de una vasta catedral, la catedral centroeuropea de la burguesía ilustrada, hoy disuelta en brumas. No obstante, en las páginas de estas Memorias se da no sólo la evocación, el análisis, la compleja secuencia de esta caída. Se dan, principalmente, los motivos por los que un hombre creyó encontrar la verdad en vastas filiaciones cuya ejecutoria, cuya evolución, agravaría los conflictos, oscuramente larvados, de toda una época. Más que un converso, pues, Koestler es un viajero; pero un viajero descendiente del Imperio Austro-húngaro y padre de la era atómica, en cuyo trayecto conoció la más aciaga expresión del ser humano.

A través de estas páginas podemos contemplar, como quien acude a un palco de ópera, el insólito derrumbe del mundo. En cualquier caso, Koestler no se justifica. Hace algo mucho mejor: explicar la textura anímica de cuantos sucumbieron, en un lado y en otro, a la monstruosa convocatoria que desembocó en la II Guerra Mundial y en su vertiginoso epílogo, la Guerra Fría. Aquella Flecha en el azul de sus primeros años, tiene su colofón amargo en La escritura invisible. Una escritura, una música, que parecía convocar nuevas fuerzas bajo la faz del siglo, y cuyos descomunales efectos hoy conocemos. Si Koestler se equivocó, también tuvo la valentía de declararlo. Estas Memorias son, en sentido estricto, los recuerdos de un hombre honesto, sagaz, brillante y atormentado.

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