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Levantaos y caminad

  • Jorge Fernández Gonzalo queda finalista del prestigioso Premio Anagrama de Ensayo con 'Filosofía zombi'

Numerosas historias de zombis comparten este planteamiento: en los compases iniciales del relato se conoce únicamente algún caso aislado de resurrección al cual casi nadie da crédito; la ciudadanía confía en que las autoridades harán público, en breve, un desmentido oficial. Por desgracia, en vez del mentís, llegan noticias de nuevos casos. La situación es vaga aún, todo sucede lejos, en otras ciudades o, a lo sumo, en el extremo opuesto de nuestra ciudad. No hay por qué preocuparse, ¿no? Hasta que un día el horror se instala en el barrio. Corre la voz de que un conocido (el de la ferretería, la del supermercado) ha devorado a sus hijos, cual Saturno renovado, y el protagonista empieza a barajar las posibilidades de fuga. Antes de hacer nada, uno de los suyos (el padre, la esposa, un hijo) no regresa a la hora acostumbrada, sino bien entrada la noche, y quiere entrar en casa, pero no usa la llave, araña la puerta… Y hemos de aceptar que, tal como se temía, no hay escapatoria.

El fenómeno zombi ha seguido un curso parecido. En un primer momento no fueron más que un puñado de películas estrenadas a lo largo de los 70, cuyo éxito dio algunos coletazos en las décadas siguientes. Estos productos -en muchos casos, subproductos- respondían a la moda del momento: el exceso, la truculencia, el pánico inducido o realzado por el desgarramiento de vísceras y la sangre a borbotones. La cosa no quedó ahí. La epidemia se extendió e infectó otros géneros, pasó de la pantalla a la página, y en la literatura y el cómic comenzaron a prodigarse historias e historietas con muertos vivientes como estrellas invitadas. El morbo ha llegado ahora a la filosofía. En este ámbito, según Jorge Fernández Gonzalo, el zombi actúa "como concepto, como metáfora desde donde entender el entorno mediatizado que nos rodea: desequilibrios financieros, pasiones reducidas al pastiche de su expresión hiperreal, modelos de pensamiento afianzados por el poder y consolidados en la puesta en práctica de la maquinaria capitalista". Filosofía zombi es, precisamente, el título del ensayo que le ha inspirado este macabro adefesio. En vista de que ha dejado de ser una moda pasajera para convertirse en un arquetipo con todos los papeles en regla, ¿cuál es el significado oculto en significante tan desagradable? ¿Cuáles son las razones de su multiplicación hodierna? ¿Qué claves de la realidad desvela esta ficción? En el empeño de responder estas y otras preguntas, Fernández Gonzalo ha usado como guía la media docena de películas que George A. Romero ha dedicado al tema entre 1968, año de la seminal La noche de los muertos vivientes, y 2010, fecha de su última entrega hasta el momento: La resistencia de los muertos; seis filmes de interés decreciente que han ahondado en las múltiples sugerencias de un oxímoron que, si bien no destaca por su sofisticación, aviva vastas y variopintas lecturas, la más evidente, el temor al trance último por él personificado: "Cuando se tiene miedo, se tiene miedo a la muerte y por eso mismo nos asusta el zombi. Porque él vive la muerte", escribe el autor del ensayo. Ésta es, no obstante, la punta del iceberg de un tumor más profundo.

Otra incómoda exégesis del personaje lo presenta como exteriorización de esa tendencia a focalizar el mal en los demás: "El infierno son los otros", decía Jean-Paul Sartre, una interpretación insatisfactoria para Jorge Fernández Gonzalo que corrige y enmienda: "El infierno somos nosotros". Sea lo que fuere, ellos o nosotros, al zombi le cuadra bien el adjetivo infernal. Hablamos, pues, de una criatura metafórica que simboliza la enfermedad y la pandemia en una sociedad globalizada, además de la animalización, el abandono al instinto y la ruptura con los tabúes sociales: el zombi no se detiene ante ninguna barrera física o moral, ni siquiera ante el tajo que pudiera darle el golpe de gracia: "Justamente lo que nos hace humanos es la prohibición o regulación de todo ello: no atacarás al otro, no lo perseguirás, encontrarás tu individualidad", escribe Fernández Gonzalo. Al zombi, que es una trasgresión del orden natural, movimiento donde debería haber quietud, cabe verlo como cuestionamiento de dicho orden.

El autor de Filosofía zombi insiste en la lectura sociopolítica y contempla la masa antropófaga como una alegoría de la expansión capitalista: "El capitalismo funciona como la pandemia zombi, es el pensamiento de la horda: cubrir todo, arrasar todo", dice. No es una lectura forzada: "Paul Krugman hablaba de 'bancos zombi' para referirse a entidades bancarias que siguen funcionando pero que, en realidad, han quebrado hace ya tiempo y sólo se mantienen en pie ante la esperanza de ser rescatadas por el Estado". El zombi representaría a esa caterva de productos caducos, de consumo rápido, así como a la turbamulta consumista, cuyo único horizonte vital es saciar un apetito imposible de colmar. No por casualidad, en una película de 1978, la horda dirigía sus torpes pasos, como un reflejo condicionado, hacia unos grandes almacenes.

Pero el zombi debiera entenderse ante todo como una señal de alarma, como ilustración de un miedo inoculado en el ciudadano moderno: "El zombi como nueva mitología del doble nos ofrece, antes que nada, el miedo del hombre hacía sí mismo, pero visto a través del régimen refractario del prójimo, desde la violencia generada contra sí, por la perversidad de los mecanismos de poder, por el derrumbe del estado de bienestar que acompaña a todas las películas de género".

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