Literatura japonesa | Crítica

La belleza efímera

  • El breve pero esclarecedor recorrido del estudioso norteamericano Donald Keene por la literatura japonesa destaca la fidelidad a motivos y episodios que han nutrido un imaginario intemporal

Tríptico con escenas de 'La historia de Genji' (s. XI) de Murasaki Shikibu.

Tríptico con escenas de 'La historia de Genji' (s. XI) de Murasaki Shikibu.

Obra del gran estudioso neoyorkino Donald Keene, autor de decenas de volúmenes dedicados a la cultura nipona y de unas memorias –Un occidental en Japón, publicadas en castellano por Nocturna Ediciones– donde ha dejado constancia de su larga dedicación a las letras del país del sol naciente, Los placeres de la literatura japonesa reúne cinco conferencias impartidas en los ochenta que tenían, como el libro resultante, un propósito divulgativo, el de explicar a los no iniciados las claves esenciales de una tradición milenaria que llega en el recorrido propuesto por el autor –a través de la estética, la poesía, la prosa y el teatro– hasta la época premoderna.

La estética japonesa se basa en la sugerencia, la irregularidad, la sencillez y el carácter perecedero

Una colección del siglo XIV, los Ensayos sobre la pereza del monje budista Kenko, le sirve a Keene para ejemplificar los principios que caracterizan la idea japonesa de la belleza, base de un gusto que en muchos aspectos ha permanecido invariable: la sugerencia, la irregularidad, la sencillez y el carácter perecedero, pues "las cosas son bellas precisamente porque son frágiles e inconsistentes". La obligada brevedad de los poemas y su relación con las artes decorativas, la importancia de la caligrafía, la invención de un sistema de escritura propio –el chino fue durante mucho tiempo la lengua de cultura– o la recurrencia del vocabulario y de temas como los cambios estacionales y la nostalgia del pasado, son algunos de los asuntos abordados por Keene cuando trata de la poesía, a cuya utilidad dedica un capítulo específico. De la narrativamonogatari o cosas contadas– en sus vertientes fabulosa, cortesana o épica, erótica o lúdica, destaca asimismo la fidelidad a motivos y episodios que, aunque localizados en periodos concretos, han nutrido un imaginario intemporal, revitalizado tras la asimilación de las literaturas de Occidente. Y también el teatro, en fin, calificado como "una de las maravillas del mundo" y cuyas modalidades más antiguas y rudimentarias siguen siendo apreciadas y representadas, informa de esa particular devoción de los japoneses por su legado estético.

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