La Historia de las Indias y conquista de México | Crítica

Modernidad y adanismo

  • Biblioteca Castro publica, en una espléndida edición, 'La Historia de las Indias y conquista de México' del soriano Francisco López de Gómara, libro de enorme influjo en el siglo XVI contra el que Bernal Diaz del Castillo escribirá su 'Historia verdadera de la conquista de la Nueva España'

Portada de la segunda edición La Historia de las Indias de López de Gómara, impresa en. Zaragoza, 1553

Portada de la segunda edición La Historia de las Indias de López de Gómara, impresa en. Zaragoza, 1553

Con enorme oportunidad, Biblioteca Castro edita esta fenomenal e inagotable obra del clérigo Francisco López de Gómara, no sólo por cuanto atañe al quinto centenario de la caída de Tenochtitlán, o a los dos siglos de la independencia mexicana, sino por la propia actualidad de unos hechos, ocurridos hace quinientos años, pero que han cobrado una excéntrica notoriedad, ajena a sus propios méritos o faltas. Quiere decirse, pues, que el lector curioso de ambos lados del océano, vuelve a disponer de una edición irreprochable, de donde extraer sus propios juicios sobre una cuestión mayúscula -mayúscula en muchos sentidos- como fue ésta de encontrar, camino de la especiería, un continente ignoto que Pedro Mártir de Anglería bautizará, según es convención, como Nuevo Mundo.

En el mismo año de 1552 se publican 'La Historia de las Indias' de Gómara y la 'Brevísima relación...' de Las Casas

Luego hablaremos de la inmediata lucha por la Historia, por la verdad, que se establece entre los tempranos cronistas de América. Ahora, sin embargo, acaso convenga recordar cuál es la naturaleza de aquel empeño, y cómo consignaron su hallazgo quienes habitaron aquellos primeros años de la Era Moderna, donde las ciencias, la Antigüedad y la navegación del globo vinieron penetrados, íntimamente, por los enfrentamientos religiosos que abrasarán Europa. Así, escribe López de Gómara, al comenzar el libro, y dirigiéndose al césar Carlos: “Muy soberano señor: la mayor cosa después de la creación del mundo, sacando la encarnación y muerte del que lo crio, es el descubrimiento de Indias; y así, las llaman Mundo Nuevo. Y no tanto le dicen nuevo por ser nuevamente hallado, cuanto por ser grandísimo y casi tan grande como el viejo”, etcétera. Recordemos, por otra parte, que fue en este mismo año de 1552, cuando se publica en Zaragoza la edición príncipe de La Historia de las Indias... de López de Gómara, el que conocerá la primera impresión, en Sevilla, de la Brevísima relación de la destrucción de las Indias del padre Las Casas, cuya importancia, histórica y humana, no es necesario destacar.

Es, sin embargo, la obra de Gómara la que difundirá las crueldades de la soldadesca española en el Nuevo Mundo (a lo cual debe añadirse el arte del grabado como novedosa y eficaz arma propagandística). Es, pues, Gómara quien dirige las páginas de Montaigne cuando escribe su celebérrimo ensayo titulado De los caníbales, donde se asientan o retoman dos mitos de largo uso en los siglos venideros: éste ya dicho de la voraz predación hispana en el Nuevo Mundo; y otro que, en cierto modo, lo sustenta, y que recogería dos siglos más tarde la soledad desabrida de Rousseau: la civilidad como hecho fúnebre y malsano, contrario a inocencia y la pureza del hombre primitivo, del buen salvaje. En este renovado adanismo, tan presente en el padre Las Casas, querrá verse tanto una imagen virginal, adánica, del Nuevo Mundo (y que es fácil encontrar, por ejemplo, en Vaz de Caminha); como una inveterada mácula del ser humano civilizado -la curiosidad de Eva-, que lo conduce, por numerosos caminos, al infortunio.

Lo cierto, en cualquier caso, es que, junto a las primeras noticias del Nuevo Mundo vinieron las primeras quejas sobre la violencia ejercida contra los indios. Esta denuncia se encuentra ya en las Décadas de Pedro Martir de Anglería, capellán de la reina católica, que habían empezado a publicarse en Sevilla en 1511. Y lo mismo encontraremos en Gómara, quien se basará para su obra en Anglería, en las Cartas de Hernán Cortés y en la historia de Fernández de Oviedo. A esto se añadirá, como sabemos, la escalofriante narración del padre Las Casas, llena de notorias exageraciones e inexactitudes, puesto que su intención no era la de consignar fidedignamente tales hechos, sino la de alertar y conmover la autoridad imperial de Carlos V. Todo lo cual se traduciría en una nueva legislación, encaminada a proteger a los recientes súbditos de ultramar de la rapacidad de los colonos. Y ello por una razón que acaso hoy no se nos alcance: la corona española se vio escogida por Dios (la corona y el Dios que habían vencido en la Reconquista y ahora luchaban contra el hereje protestante), para cristianizar -vale decir, salvar- a las desconocidas muchedumbres del Nuevo Mundo; salvación que no cabía extraerse, en modo alguno, de la predación y el crimen, como había postulado claridad, por esos mismos días, el gran jurista dominico Francisco de Vitoria.

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