Mutatio Corporis. Medicina y transformación | Crítica

De formas mudadas y cuerpos nuevos

  • Gavin Francis, que ejerce la medicina en Edimburgo, examina en un libro entre el ensayo literario, el tratado científico y las memorias las diversas formas en que se produce el cambio en los individuos

El escritor y médico Gavin Francis (Fife, Escocia, 1973).

El escritor y médico Gavin Francis (Fife, Escocia, 1973).

No en vano cita Gavin Francis, que ejerce la medicina en Edimburgo, al padre de todos los médicos humanistas, sir Thomas Browne. En el siglo XVII, Browne nos dejó un conjunto de obras inclasificables (The Urn Burial, Religio Medici, y, sobre todo, Pseudodoxia Epidemica), en las que, con una indiferencia regia por los límites entre géneros, la obligación de centrarse en un tema o las líneas rectas en general, se dedicó a hablar de lo divino y lo humano, desde las razones por las que Adán carecía de ombligo (pues no nació de madre) hasta su propia condición mortal, pasando por las causas por las que los judíos no pueden oler peor que el resto de los humanos, en contra de lo que afirmen ciertas gentes cerriles, o la existencia de auténticos unicornios.

La figura de Browne no era rara en el Renacimiento: el médico curioso, estudioso no sólo de la materia humana sino también de lo que la anima y alimenta, atento a la anécdota, a hundir el escalpelo lo mismo en hábitos y talantes inusuales que en tejidos arruinados por la apoplejía o el cáncer, está asimismo en Raymond Sebond, amiguísimo de Montaigne con el que gustaba de conversar sobre la inconstancia de los hombres frente al fuego de la chimenea, o nuestro Huarte de San Juan, autor de un Examen de ingenios para las ciencias que, como todos los libros valiosos, hay que rebuscar largo y tendido en las librerías de viejo para volver a disfrutar.

El segundo santo patrón del título de Francis que comentamos hoy (el original es Shapeshifters) aparece en forma de cita tras la conclusión del último capítulo: se trata de aquella famosa fórmula de Heráclito de Éfeso según la cual el mundo es como un gran fuego que a medidas aumenta y a medidas se extingue, siempre igual pero también siempre vario, idéntico y no idéntico a la vez. Heráclito vuelve a comparecer entre las páginas de Mutatio corporis, en esta ocasión para recordarnos, con la clásica metáfora del río en que nunca te bañarás dos veces, que todo cambia y nada permanece, y no sólo porque las aguas corran, sino porque, como apostilla Borges, también tú corres sin remedio.

El tercer autor de cabecera de Francis no resulta menos monumental: Publio Ovidio Nasón, el poeta que cantó a la transformación, que ensalzó el universo (casi coetáneamente al sublime Lucrecio) como un continuo festín de mutaciones, traslados, deslices, alteraciones y tránsitos, y cuyas Metamorfosis, no sé si una de las dos o tres obras vertebrales de nuestra tradición, se abre con unos versos inoxidables: "Mi inspiración me mueve a hablar de formas mudadas y cuerpos nuevos…".

Excelente lectura de verano, este libro se vuelve otros libros que son y no son el mismo

En nuestros días, ha habido médicos que han continuado con fortuna la secular tradición de Browne y Huarte: basta acordarse de Oliver Sacks, cuyos múltiples volúmenes (quizá los mejores sean Un antropólogo en Marte y El hombre que confundió a su mujer con un sombrero) cumplen con éxito su doble función de, por un lado, educar al lector acerca de los frágiles mecanismos biológicos sobre los que se asienta nuestra humanidad y, por otro, aproximarle a esa misma humanidad por debajo de los mecanismos en sí, revelando implícitamente que ser persona, en contra de lo que afirma cierto tipo de ciencia, rebasa con mucho las condiciones materiales que lo hacen posible, los azúcares y las enzimas sobre los que crece y se desarrolla. Tal, y no otro, constituye el objetivo fundamental de Gavin Francis: "Cuando es capaz de dar lo mejor de sí misma, la medicina invoca y ejerce su influencia sobre el cambio humano, y la posibilidad de cambio siempre es sinónimo de esperanza".

Tenemos, pues, un libro de medicina dedicado a examinar las diversas formas en que se produce el cambio en los individuos. Que son muchas: desde las que permiten que el útero, una vez fertilizado, madure y aloje en su seno una nuez de la que surgirá una vida desconocida, pasando por la pubertad y la menopausia, para concluir en la parálisis final que marca la rendición del corazón y la muerte. En consonancia con los aforismos de Heráclito que he citado más arriba y con las estrofas de Ovidio, Francis considera que la transformación es la madre y señora de todas las cosas y que cualquier situación de aparente estabilidad se debe sólo a un error de perspectiva: mirado suficientemente de cerca, nada hay que no fluya, cambie, sea otra cosa distinta a la que era antes de nuestro primer parpadeo. En el caso de los seres vivos, este axioma resulta doblemente certero, pues vivir no consiste sino en ser dejando de ser a cada paso; en el de los humanos, el acierto es triple: cambia no sólo el organismo, sino aquel testigo que lo acompaña, que le hace de rehén y piloto, que va dejando atrás sucesivamente al niño, al hombre maduro, al anciano.

La portada del libro. La portada del libro.

La portada del libro.

El ensayo aborda sabiamente su tema combinando frentes alternativos: primero, la propia experiencia médica del autor, entrenado, a lo que parece, en una cantidad sorprendente de ramas de la medicina que abarcan de la pediatría a la atención psiquiátrica, en cuyos detalles se explaya con lentitud de pedagogo; luego, múltiples ejemplos y anécdotas de la tradición libresca, que hubieran sido del agrado de Browne, como los casos de memoria prodigiosa que cita Plinio o la locura de Nietzsche en Turín, por citar un par de ellos; la propia biografía del autor, sus recuerdos y experiencias, viajes por los cinco continentes, los siete mares, las cuatro estaciones del año y las cuatro edades de la existencia. El índice da una idea del vasto panorama que abarca el periplo: la concepción (capítulo 3), el sueño (4), la anorexia (10), el gigantismo (14), la transexualidad (15), la castración (19), la ortopedia (21), la muerte (23).

Hay libros (y así los de Browne, y el de Huarte, y el de Plinio) que son muchos otros libros: cada una de cuyas páginas va a dar a otras páginas que remiten a jardines ajenos y se pierden en la espesura de lecturas hermosas y remotas. Así sucede con este de Gavin Francis; también él, como los seres de que habla, se transforma, muta, cambia de aspecto, se vuelve otros libros que son y no son el mismo: tratado de medicina, memorias, ensayo literario, excelente lectura de verano.

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