El historiador Cesáreo Fernandez Duro, a quien Haring cita entre su escueta bibliografía en español, define con exactitud la naturaleza de los sucesos aquí recogidos: “Ciertamente -escribe Fernández Duro en 1885- repugna el empleo del corso en nación fuerte que tenga elementos militares sobrados, y pueda evitar los abusos e inmoralidades que suelen manchar a los que lo ejercen”. Duro se refiere aquí a la piratería del Gran Turco, pero lo escrito es de estricta aplicación a la piratería francesa, inglesa y holandesa que, a partir del XVI, y hasta el XVIII, practicaron tales países en los dominios de ultramar de la corona española, dada la superioridad militar y defensiva de sus armas.
Esta obra de Haring, por otra parte, está escrita en 1910, por lo que el lector se encontrará con una imagen adversa de lo español, frente a las“hazañas de los bucaneros” y la actividad pirática que entonces azotó el Caribe y cuya función era la esquilmar y debilitar el predominio español en aquella zona. El hecho de que se diera de tal modo, en pequeñas y cruentas depredaciones, no hace sino señalar el distinto equilibrio de fuerzas entre los contendientes. A lo cual debe añadirse una premisa obvia. Si se da esta profusión de filibusteros, bucaneros y piratas en aguas de la corona española, es porque tales países también buscaban participar en el comercio y la explotación del Nuevo Mundo. Y el modo que hallaron de entremeterse en él fue este del corso y el saqueo de las ciudades costeras. Quizá la imagen más popular de aquella actividad pirática fuera la turbulenta fraternidad bucanera que se obró en la isla de la Tortuga. Lo cual suponía ya tanto una modesta escala en The Spanish Main, como el reconocimiento de una realidad comercial, ajena al monopolio de las Indias Occidentales.
En su excelente Un imperio de ingenieros, el historiador inglés Felipe Fernández-Armesto y el español Manuel Lucena Giraldo dan noticia cumplida y minuciosa de la extensión y racionalidad de las fortalezas hispanas, así como del daño ocasional que la piratería infligió al curso comercial de ultramar. Que el XVIII-XIX romantizara la figura del pirata -véase nuestro Cadalso-, no era sino una forma de celebrar el arbitrio señero del individuo y no tanto la execrable violencia de sus desmanes.
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