Goya. Retrato de un artista | Crítica

Pormenor de Goya

  • Cátedra publica un riguroso, brillante y pormenorizado ensayo biográfico sobre Goya, obra de la historiadora del arte estadounidense Janis Tomlinson

La historiadora del arte estadounidense Janis Tomlinson

La historiadora del arte estadounidense Janis Tomlinson

Una historia de Goya pasa necesariamente por una historia de su fabulación romántica. En cierto modo, el Goya que hoy conocemos es el decapado de un Goya pintoresco, entre ilustrado y visionario, que acaso fuera fruto de aquel concepto de lo español que se acrisola en Europa tras la guerra de la Independencia. Este Goya es el que aún está presente, de un modo marginal, como el eco de un eco decimonono, en los “papeles” que Ortega dedicó al pintor aragonés, mediado el XX. Y el que ya vemos deslindarse, dos décadas antes, en el Goya en zig-zag de Juan de la Encina, pseudónimo del crítico de arte bilbaíno Ricardo Gutiérrez Abascal. Por supuesto, hay algo de un Goya faunesco y desmesurado en la biografía del gran Ramón Gómez de la Serna. Como hubo un Goya fuertemente romantizado en aquel que noveló Lion Feuchtwanger. Nada de esto encontrará el lector en las presentes páginas, que la historiadora del arte norteamericana Janis Tomlinson ha instruido sobre Goya. Páginas de carácter, a un tiempo narrativo y documental, pero donde lo especulativo, lo fabulístico, ocupan una porción minúscula e irrelevante.

En este 'Goya' de Tomlinson se unen la concisión biográfica y un fuerte conocimiento de la época

Por supuesto, tratándose de Goya, hay una notable y egregia porción de especialistas españoles, de Enrique Lafuente Ferrari a Valeriano Bozal, que han vigorizado y actualizado los estudios goyescos, y cuyo miembro más reciente acaso sea Manuela Mena, que no ha mucho comisariaba, junto a Yolanda Romero, una exposición sobre el nacimiento del Banco de San Carlos, obra de Cabarrús, y la contribución pictórica de Goya. También cabe recordar, en tal sentido, la ajustada monografía que Jean-François Chabrun dedicó a Goya en 1965, donde lo pintoresco ha dado paso a una notable especulación pictórica. Yendo, en fin, a este Goya de Tomlinson, subrayemos en primer término su voluntad de concisión biográfica (sin eludir, en modo alguno, las precisiones y erudiciones artísticas, tan necesarias en un pintor que abordó con éxito numerosos procedimientos pictóricos). Y en segundo lugar, el abundante conocimiento de la época, que le permite acercarse a la figura del pintor con verosimilitud y solvencia. A este respecto, debe señalarse el apoyo de Tomlinson en autores como el hispanista Jean Sarraihl, cuyo dominio del periodo facilita una aproximación fiable y minuciosa al clima intelectual en el que se movió Goya. ¿Quiso disparar Goya contra el duque de Wellington, como revela Mesonero Romanos en sus Memorias de un setenton? Atendiendo a la correspondencia del pintor que aquí se incluye, no parece muy probable. ¿Dejó “inacabado” Vicente López su retrato de Goya, como sostiene De la Encina, a cambio de que este le enseñara un nuevo pase taurino? He aquí un último asomo de pintoresquismo que bien pudiera ser, no obstante, verosímil (Moratín recuerda al Goya enérgico y senecto de Burdeos diciendo que había sido torero en su juventud, y que con una espada en la mano no temía a nada).

Quiere decirse, pues, que cualquier vida es inaveriguable en su totalidad, lo cual no obsta para que el biógrafo se lance a tender una frágil cordelería, no exenta de certezas. Y es este acúmulo de seguridades, acrecido en las últimas décadas, el que Janis Tomlinson ha ordenado con inteligencia. Una inteligencia que alcanza a ver al hombre común, al Goya mundano, sobre el que se sustenta el pintor, y que nos ofrece una biografía que elude el lance novelesco y el martirologio ilustrado. A diferencia de Ceán, de Moratín, de Cabarrús y tantos otros de sus amigos y conocidos, Goya no fue un afrancesado. Tampoco un liberal a ultranza o servilón berroqueño. Goya, sencillamente, fue un pintor que sirvió con honestidad a tres, casi cuatro reyes, y cuyo ideario, de un modo vago e inconcreto, acaso fuera aquel templado reformismo de Jovellanos. Pero Goya era, sobre todo, un pintor. Un pintor excepcional, objeto de envidias y malos pasos (también de los infortunios que la vida ofrece con desmesura), y como tal se dirige desde su juventud primera. Todo ese pormenor humano es el que Tomlinson ordena con emoción y juicio, sin salirse del cauce de la propia vida del pintor. Con una excepción que tal vez no lo sea. Un breve epílogo da noticia de su discípula y ahijada Rosario Weiss, hija de Leocadia Zorrilla, con quien Goya compartiría sus últimos años.

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