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Preguntas sin respuesta

  • Kirmen Uribe traza una idealizada historia del País Vasco en el siglo XX a través de una familia que combatió en la Guerra Civil y vivió el exilio.

Kirmen Uribe, durante una presentación de 'La hora de despertarnos juntos'.

Kirmen Uribe, durante una presentación de 'La hora de despertarnos juntos'. / Efe

A la novela de Kirmen Uribe (Ondarroa, 1970) le ha hecho daño coincidir en las mesas de estrenos de las librerías con Patria, la obra cumbre de Fernando Aramburu sobre ETA. La comparación entre ambas obras es inevitable, principalmente porque aún existe muy poca literatura sobre el conflicto vasco y la banda terrorista y no es nada común que se estrenen casi a la par dos novelas sobre este tema. Las dos de autores vascos, además. Uno en español y otro en euskera. Éste último, Uribe, sale perdiendo en su comparación con el primero, Aramburu, un tipo que reside en Alemania desde hace años y al que quizás esa distancia le ha dado una lucidez que alguien que vive en el meollo del asunto no tiene. Lo cierto es que Aramburu hizo una obra monumental y Uribe, sin dejar de fabricar una buena novela, no termina de emocionar, al menos a un lector no vasco como quien esto escribe.

Cierto es que la historia de Karmele Urresti y Txomin Letamendi es digna de ser contada, y que Uribe sabe hacerlo para mantener al lector enganchado. Y hay que reconocerle que, sobre todo en las primeras páginas, su literatura tiene momentos brillantes. Como cuando habla de los felices años veinte y lo hace tomando como punto de partida el cuadro Noche de artistas en Ibaigane, de Antonio Gezala. Incluso algunos momentos épicos, como cuando describe la lucha de los gudaris contra el Ejército franquista en la Guerra Civil, o el trabajo de los espías vascos al servicio de los aliados durante la Segunda Guerra Mundial.

Quizás el problema sea que todo está tamizado por un filtro de idealismo que a buen seguro poco tuvo que ver, o al menos no siempre, con la realidad. Decía Laurent Binet en su memorable HHhH, aquella novela de no ficción que recreaba el asesinato de Heydrich en la operación Antropoide, que en toda buena historia hacía falta un traidor. Y aquí se echa de menos uno que vendiera a las autoridades franquistas a los valerosos miembros de la resistencia vasca. Pero Uribe prefiere no investigar tanto en la historia para componer una versión mucho más edulcorada de unos héroes que renunciaron a una vida feliz en Venezuela para luchar en España contra el régimen franquista, una historia de buenos y malos que a cualquier lector con una cierta perspectiva histórica se le antoja, a ratos, incluso infantil.

El propio autor lo confiesa en una nota: "Ésta es una novela y la lógica que sigue es la de la ficción. Aun así, como todos y cada uno de los personajes que aparecen en este libro son reales, e igualmente, la historia que protagonizan es verídica, me he tomado la licencia de imaginar y novelar algunos de los pasajes y diálogos que aparecen en la novela". Es decir, quiere contar una historia real pero cuando le faltan datos recurre a la ficción.

Esto no quiere decir que Uribe no sepa escribir ni que no domine las técnicas de la novela. Le sale una obra agradable y una historia bonita, pero poco más. No resiste la comparación con una obra de ficción como Patria ni con una de no ficción como El monarca de las sombras, por compararla con una de las últimas publicadas. En esta última, Javier Cercas cuenta la Guerra Civil española a través de la historia de un familiar suyo que luchó, y murió en combate, en el bando franquista.

De la misma manera, Uribe quiere contar la historia del País Vasco en el siglo XX a través de la familia Letamendi-Urresti. Años de bonanza, primero, y de guerra, de exilio, lucha clandestina y terrorismo, después. Y hasta saldría airoso del lance si no fuera porque despacha los asesinatos de ETA ya en democracia en unas cuantas líneas, aunque quizás sean las más valiosas del libro. "¿Cómo fue posible que pasáramos de un clima propicio a un infierno de indiferenia? ¿También a las conciencias las atraviesan ejes que temblaron y transformaron nuestra moral? ¿Por qué no supimos como individuos y como sociedad predecir lo que ocurriría los siguientes cuarenta años? ¿Por qué no reaccionamos ante la espiral de violencia y muerte? ¿Por qué no detuvimos a tiempo aquella inercia sin sentido? ¿Por qué nos callamos? ¿Por qué negamos el sufrimiento ajeno? ¿Por qué nos volvimos la mayoría un poco de piedra, como las estatuas medievales de la iglesia de Ondarroa?", se pregunta Kirmen Uribe casi al final de su novela. También dice que no encuentra respuestas. Quizás haya que buscarlas en el libro que otro escritor, vasco como él, llevó a las librerías casi al mismo tiempo que el suyo.

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